domingo, 18 de noviembre de 2018

DOMINGO CON AMIGOS (DOS: GRACIELA DE MARY)


EL ÚLTIMO ESCRITOR
Graciela De Mary & Sergio Gaut vel Hartman

Se encendió la luz. En realidad no había estado durmiendo, pero el súbito resplandor le hirió los ojos, por lo que se refregó los párpados con el dorso de la mano.
—¡Cerdos! —exclamó.
El paisaje no había cambiado. El catre. La mesa. El teclado. La pantalla. Había desistido; ya no los destrozaba a patadas y puñetazos porque era inútil; los reponían de inmediato. No sabía de dónde sacaban tantos equipos, pero por lo visto eso no representaba un problema para ellos; estaban en condiciones de suministrarle uno nuevo cada vez que los rompía, aunque no eran estúpidos y el corazón de la máquina permanecía fuera de su alcance. Ni siquiera parecía importante el resultado. Ambos bandos sabían que la partida, a la larga, sería tablas, pero insistían, obligando a deambular a los dos reyes por el solitario tablero.
—Escriba. —La orden, repetida sistemáticamente cada vez que se encendía la luz, causaba tanto efecto como la lluvia sobre el mar. Estaba claro que reconocían su valor, y que muerto no les servía de nada, algo que había quedado determinado desde los primeros movimientos. Incluso se había acostumbrado a la rutina, implantada con naturalidad.
—No me siento inspirado —respondió, más que nada para incordiarlos.
Su voz se escuchaba cavernosa como si estuviera atrapado en el fractal de un juego eterno. Se dejó caer en un sueño intenso a modo de provocación. Cuando por fin despertó, se incorporó y ladeó la cabeza para estirar el cuello, inspiró aire como para llenar los pulmones y después de exhalar muy despacio dijo:
—Necesito una silla más cómoda.
Comenzó a escribir crónicas de hechos históricos a las que adornaba con largos panegíricos dedicados a héroes inventados por él. Pronto se hizo evidente para todos que su renovado entusiasmo no era más que otra forma de fastidiarlos y ganar tiempo. Sin embargo, medida que escribía, el confinamiento era menos hostil. Lo dejaron salir al claustro. Notó enseguida que los vitrales estaban descoloridos. Una sutil pátina gris le impedía comprobar el estado de los cuatro olivos del jardín, dispuestos en damero. Sus paseos eran cada vez más largos. Los fantasmas de los viejos doctores con sus togas y sus gorros coloridos lo acompañaban. A veces se sumaban los condenados por el Santo Oficio. Con renovado ímpetu pidió volver a su celda. Por fin le habían revelado el propósito.
Al regresar se dio cuenta de que habían movido las piezas: dos catres, dos mesas, dos teclados, dos pantallas. El otro no se puso de pie cuando él entró. Ni siquiera le extendió la mano. Se limitó a hacerle una leve inclinación de cabeza. Antes de sentarse en su lugar, el escritor entrevió en la pantalla del otro una serie de algoritmos, planos y figuras geométricas. Juzgó necesario revisar su estrategia. Ya no volvió a salir. Por el contrario, escribía de forma compulsiva golpeando en exceso las teclas sin detenerse a revisar la sintaxis y mucho menos la conjugación de los verbos. Las historias nacían y se acomodaban solas, a pesar del autor. Sus personajes no tenían la menor posibilidad de sobrevivir.
—¿Sobre qué trabaja? —se atrevió a preguntarle al otro.
—Sobre el control.
La respuesta lo inquietó. Ya no descansaba. Comenzó a tomar las píldoras que le dejaban y que siempre había rechazado. No obstante, no pudo mantener los ojos abiertos porque una secreción viscosa le selló los párpados.
Extenuado, agudizó el oído. El otro había dejado de escribir. Tuvo un sueño doloroso al punto de entender que la sesión de tortura había sido real. Cuando la luz volvió a encenderse, recibió la orden.
—Escriba.
Comprendió que todo, incluso los lapsos en los que creyó estar despierto, habían sido partes de un sueño, o mejor, de una pesadilla, o peor, de una pesadilla de la que ya no podría despertar. ¿Cómo lo sabía? El otro había desaparecido, y para peor el control, ahora, era más ostensible, más huraño, más alejado de cualquier propósito o fundamento. También comprendió que estaba buscando la muerte, que lo asesinaran, o ajusticiaran, de una buena vez. Pero las “buenas veces” son producto de un designio, y no de la arbitrariedad. Recordó al sujeto que esperaba ante las puertas de la Ley en el cuento de Kafka, pero aquello era una ficción, y esto es real, se dijo, tan real como puede serlo una ficción. Reparó en el carácter topológico de aquel pensamiento y empezó a reír a carcajadas, y siguió riendo hasta que las palabras se desdibujaron.
—¡Escriba! —exclamó la voz, más perentoria que nunca.
—No —replicó—. No voy a escribir. He reconocido mi condición de personaje de un cuento escrito a cuatro manos.
—¡Debe obedecernos! —aullaron todas las voces, a coro.
—Seres patéticos. No hay control posible; no acataré las órdenes. Todos somos marionetas.
—Eso no te hace superior a nosotros.
—¡Por supuesto que sí! Yo soy el protagonista y ustedes meros actores secundarios.



sábado, 10 de noviembre de 2018

SÁBADO CON AMIGOS (ONCE: CARLOS ENRIQUE SALDÍVAR)



MUY FRÍO - Carlos Enrique Saldívar & Sergio Gaut vel Hartman

La tarjeta decía: OVERWASH – REFRIGERACIÓN. Y un teléfono. Necesitaba reparar la heladera y que le revisaran el acondicionador de aire; seguramente tendrían que agregarle gas. Llamó:
—¿Overwash?
—Overwash Refrigeración a su servicio —dijo una voz grabada—. Refrigeración marque uno; heladeras, dos; aire acondicionado, tres; criogenia, cuatro. O aguarde y será atendido.
Marcó cuatro, por pura curiosidad, y dejó grabado un mensaje pidiendo un especialista.
El especialista llegó a las cuatro en punto y le disparó en la nuca, comenzando de ese modo el proceso de frizado.
Despertó. Recordaba todo: la visita del técnico a su casa, el impacto, el dolor. Se oyó una voz computarizada:
—Terminamos, señor. Gracias por usar nuestro servicio.
Muy efectivos, pensó el cliente. Salió del edificio.
No había una sola persona en las calles.
¿Qué año sería? No importaba. El aire estaba envenenado. Moriría pronto.
Se preocupó. No tenía dinero para otros cien años de criogenia.

domingo, 4 de noviembre de 2018

DOMINGO CON AMIGOS (UNO: JOSÉ LUIS VELARDE)




EL PORTADOR – Sergio Gaut vel Hartman & José Luis Velarde

—¡Usted es un tipo prepotente, autoritario, un verdadero fascista! —La mujer quiso cerrar la puerta, pero el intruso puso el pie y sonrió.
—Le traigo la Palabra, hermana. Usted, más que nadie, necesita al Señor. —La calma del sujeto contrastaba con su mirada, gélida, cargada de odiosa determinación. La mujer empezaba a asustarse. Había oído hablar de falsos misioneros que usaban la excusa del mensaje religioso para meterse en las casas y robar, e incluso violar a mujeres solitarias.
Hortensia reprimió el miedo. Analizó al evangelista sin descubrir amenazas, y retrocedió invitándolo a pasar.
—¿Quiere café? ¿Galletas?
El hombre, curtido en mil batallas proselitistas, asintió, feliz por haber conquistado un alma nueva para el Reino. Si lograba atención conseguiría doblegarla.
La mujer señaló una silla donde el hombre se desplomó para hablar de culpa, arrepentimiento y perdón. Veinte minutos después, se agitó al corroborar la fama de Hortensia como envenenadora infalible.
Ella sonreía como una reina mientras planeaba la desaparición del nuevo cadáver.

sábado, 27 de octubre de 2018

SÁBADO CON AMIGOS (DIEZ: PATRICIO G. BAZÁN)



ENCUENTRO CERCANO
Patricio G. Bazán & Sergio Gaut vel Hartman

—¡Salute la barra, miren lo que les traje, mamertos!
Aunque atendía otra mesa, reconocí el vozarrón del Nene Saldívar, integrante del simpático grupete de niños bien que cada noche venía al “Sans Souci” a comer, beber y jorobarle la vida al prójimo.
Los otros devolvieron el saludo con una salva de alaridos alcohólicos. Miré al patrón, que puso cara de “quedate piola, Jacinto, que son clientes”.
Saldívar remolcaba a un morochito flaco y mal entrazado, seguramente una nueva víctima de la diversión de estos muchachones malcriados.
—Me lo encontré afuera, solo sabe decir: “vengo en paz”.
—¿Tiene nombre? —preguntó otro, pícaro.
Saldívar hizo una pantomima de hombre pensativo, y soltó entre risotadas:
—¡Muchachos, les presento al Negro Raúl!
—¿No sabés saludar, Negrito? —dijo Rodrigo Sáenz Taylor—. ¿Te comieron la lengua los ratones?
—Este debe ser uno que se cayó del camión jaula —agregó el “Fino” Antequera. Todos festejaron la ocurrencia con nuevas risotadas.
Pero de pronto, el involuntario convidado pareció crecer. Y sacando un vozarrón de vaya a saber dónde, exclamó: —Vengo en paz, pero si quieren guerra la van a tener. —A continuación puso lo dicho en acto, sacó un artefacto con pinta de pistola de rayos, apuntó sin mirar y que fulminó a los siete de la barra, que quedaron convertidos en patéticos montículos de ceniza antes de que nosotros atináramos a movernos.

domingo, 21 de octubre de 2018

SÁBADO CON AMIGOS (NUEVE: ADA INÉS LERNER)



La cima del Ku'minet
Sergio Gaut vel Hartman & Ada Inés Lerner

Cuando terminé de subir la cuesta me quedé abrazada a la roca que los nativos llaman Ju'lu, pero comprendí que ese instante maravilloso no podía ser eterno, que tenía que desplazarme, dejar que otros recibieran el don. 
—Si no somos capaces de centrar el pensamiento y las emociones en el lugar que corresponde —dijo Filander—, pronto percibiremos una extrema vulnerabilidad, una perturbación abrumadora, un mortal disgusto. —Me reí. Siempre tan filosófico, Filander. No obstante, el físico no era el único que pensaba así. Monis Gurjo, la exobióloga, me miró despectivamente y soltó todo el veneno de golpe. 
—Hay personas que no comprenden (o no pueden hacerlo por puro egoísmo) que si no se tiene cuidado de su particular sistematicidad, a estas criaturas les llegaría un conjunto de signos caóticos e inapreciables. 
—¿Es para que haga tanta alharaca, doctora Gurjo? —Ya me estaba fastidiando.
—Les preocupa poco la otredad —siguió ella, sin registrarme— el origen, el cómo y el por qué sus actitudes y enfermedades afectan al medio ambiente y a las criaturas indefensas en el universo. Estos exosistemas son y se sienten vulnerables, perturbados, ¿no lo entiende? Estas indefensas criaturas corren peligro mortal. 
—O sea que para usted, doctora Gurjo, yo soy una asesina, una egocéntrica, en fin, un ser despreciable. Y yo le digo que soy un ser humano, una criatura de Dios, a la que Ju'lu ha bendecido; me percaté al instante de mí supuesto “error”, por lo que usted me juzga sin derecho alguno.
—La filosofía —intervino oportunamente Filander— asegura que el hombre está determinado por leyes universales que lo condicionan mediante la ley de la preservación de la vida. —Y agregó—: Dejemos a Ju'lu y sus dones y descendamos de la cima del Ku'minet antes de que anochezca.
Lo que ninguno de nosotros sabía y solo averiguaríamos cuando ya fuera demasiado tarde, era que el supuesto don con el que Ju'lu nos había bendecido era una suerte de condimento, una forma de adobarnos para el pantagruélico festín que las indefensas criaturas en peligro mortal pensaban darse a nuestras expensas.

sábado, 13 de octubre de 2018

SÁBADO CON AMIGOS (OCHO: CLAUDIA ISABEL LONFAT)



Sombras de humo
Claudia Isabel Lonfat & Sergio Gaut vel Hartman

¾Esto es menos que nada. ¾El que hablaba, un hombre frágil de ojos claros y nariz prominente, apoyó los puños sobre la mesa y abarcó con la mirada a sus subordinados. Hacía varios días que el búnker olía a humo, sudor y flatulencias. Demasiados cigarrillos y café; el aire libre y el sol habían pasado a ser una loca ficción sin sentido; el cansancio amenazaba con demolerlos por completo.
¾Tenemos algunas conjeturas ¾opinó Ramírez tímidamente.
¾¿Qué dice? ¾O’Flannagan pareció balancearse sobre los puños como un muñeco sin piernas. Nunca entendió que hacía ese negro en el Comando de Fuerzas Tácticas Especiales.
—Podemos conjeturar —siguió Ramírez sin inmutarse— que el tipo se esconde en una choza a la vera del río. —No le temía al irlandés; sabía que tarde o temprano iba a desmoronarse. Se movía por la plata, y la plata se estaba terminando. No volverían a pagar si no había resultados.
—¡No me interesan sus conjeturas, negro de mierda! Acá necesitamos certezas, y si ellos dominan la situación debe ser porque carecemos de esas certezas, ¿me entiende?
¡Y el tipo es un rojo!
Ramírez sonrió, buscando la complicidad de sus compañeros, pero tanto Pfizer, como Vorishov y Tanaka eludieron su mirada. ¡Cobardes!, gritaron sus ojos oscuros con todo el odio que sentía atravesado en su garganta, pero al mismo tiempo, ese mismo odio lo impulsaba a calmarse. Sabía que estaba solo frente a esa bestia iracunda, y que todos temían los exabruptos de O’Flannagan, sobre todo cuando se sentía acorralado.
Se aclaró la garganta y en un acto reflejo, tocó el pequeño jopo que se había dejado; el resto del cabello había sido rapado.  El irlandés lo siguió con su típica mirada de desprecio.
—Mire, el tipo está escondido en la vera del río, porque es el único lugar seguro para él. Está entrenado para sobrevivir en el agua, a bajas temperaturas, y desde allí puede escapar nadando hacia el norte. —Esta vez se lo dijo con firmeza, fijando la vista en el jefe.
—Ya no es una conjetura… ¿no es así, Ramírez? —dijo O´Flannagan, pero esta vez no golpeó la mesa con el puño, ahora tenía los brazos cruzados sobre el pecho.
Ramírez vio que un ojo de O´Flannagan estaba inyectado de sangre y le latía o tenía un tic. Su frente transpiraba en exceso y le goteaba de cada lado de la cara, incluso le caía sobre los ojos. Con suerte se moriría de un ataque al corazón, o sufriría un ACV, pensó, antes de que alguna bomba los hiciera estallar, en el mejor de los casos, o que él mismo le saltara a la yugular para degollarlo con su Bowie. No estaría bien utilizar el arma de fuego reglamentaria. 
Vorishov, Tanaka y Pfizer, seguían en silencio. Tanaka tenía las mejillas rojas, y Ramírez,  tuvo que contener las ganas de reírse a carcajadas. Tanaka parecía un boy scout. Por un lado entendía la furia de O´Flannagan, pero por otro lado, no quería convertirse en su punching ball, solo por el temita racial del irlandés. Pensó en sus años de entrenamiento, en cada guerra, cada herida, cada marca de tortura, y como pudo surfear cada peligro. Su hoja de servicio impecable fue lo que lo llevó hasta ese lugar, y ahora todo le parecía  grotesco. Ya no soportaba al viejo mercenario iracundo y de nuevo debió hacer un esfuerzo sobrehumano para no rajarle la yugular. Pero, inesperadamente, fue Vorishov quien dio un golpe de timón para modificar drásticamente el escenario.
—No sé por qué hablamos del rojo como si fuera un tipo, un ser humano. ¡Conjeturas! No me hagan reír. Ese… ser, esa criatura, o como mierda lo quieran llamar, no se esconde en la choza a la vera del río. ¡Nos está perdonando la vida! Si pasara a la ofensiva nos haría picadillo en menos tiempo del que se tarda en largar una puteada. ¿Conjeturas? ¿Quieren una conjetura mejor?
—Tranquilo —dijo O´Flannagan extendiendo el brazo, pero Vorishov se lo sacó de encima con un manotazo.
—¡Tranquilo un carajo! Mientras nosotros charloteamos como viejas, el rojo podría estar del otro lado de esa puerta, riéndose a carcajadas de nuestras pelotudeces, o lo que sea que hagan esos monstruos cuando salen de joda. Porque no les quepa la menor duda: el rojo está jugando con nosotros.
Ramírez apretó la empuñadura del Bowie como si las palabras del ruso debieran ser interpretadas literalmente. Mucho menos templados en el combate cuerpo a cuerpo, Tanaka y Pfizer palidecieron y O´Flannagan dio un puñetazo sobre la mesa. Eso fue lo último que ocurrió en la vida de todos los miembros del Comando de Fuerzas Tácticas Especiales. El rojo irrumpió en el búnker y los pulverizó usando un rayo disruptor neuronal o algo por el estilo. De lo que no estoy del todo seguro es si se reía o no.


sábado, 6 de octubre de 2018

SÁBADO CON AMIGOS (SIETE: DANIEL FRINI)



El desarmador de bombas
Daniel Frini & Sergio Gaut vel Hartman

El reloj digital de la bomba indica los últimos segundos. Ocho, siete, seis. El hombre se dispone a cortar el cable rojo. Cinco, cuatro, tres. Cambia de idea a último momento y con un rápido movimiento corta el verde. Dos, uno, cero. La explosión rompe los vidrios de las ventanas ubicadas a más de veinte cuadras a la redonda. Los forenses solo encuentran un incisivo y un dedo del pie del hombre. O al menos creen que eran suyos.
—De acuerdo, Wilson —dice el productor pasando el habano de cien dólares de una comisura a la otra—; usted no quiere que sea una película pochoclera y desea que su guión sea reconocido como el mejor de los últimos tiempos. Pero ahora explíqueme, ¿cómo hacemos para que el tipo se quede con la chica y, esto es lo más importante, para filmar El desarmador de bombas dos?

sábado, 29 de septiembre de 2018

SÁBADO CON AMIGOS (SEIS: BETINA GORANSKY)



Objetos en el aire
Betina Goransky & Sergio Gaut vel Hartman

Al finalizar cada sesión, el terapeuta se daba diez minutos para calzarse los anteojos especiales que le había fabricado el gran oftalmólogo Floreal Carballo. Con ellos podía visualizar todo tipo de traumas y conflictos, lo que le permitía seleccionar los resabios materiales que quedaban adosados al sillón, a la lámpara, a la biblioteca, al gomero. Los rastros más interesantes, sin embargo, no estaban al alcance de la mano; eran las fantasías sexuales que los pacientes no se animaban a contarle, que retenían a toda costa, que finalmente goteaban por los poros y quedaban pegados en el piso y las paredes. Cuando la sesión terminaba, estas tímidas maquinaciones se ocultaban detrás del Manual Ilustrado de Terapia Sexual de Helen Kaplan y allí permanecían hasta que, una vez a la semana, el terapeuta los atrapaba con una red de malla fina, los metía en una bolsa, y se los regalaba al dueño del sex shop de la esquina.

viernes, 21 de septiembre de 2018

SÁBADO CON AMIGOS (CINCO: ENRIQUE TAMARIT CERDÁ)


Cirugía mayor
Enrique Tamarit Cerdá & Sergio Gaut vel Hartman


Lemden se acercó a la ventana y contempló el lago helado. La superficie blanca se extendía a través de un espacio tan vasto que habría podido interpretarse como infinito. Miró hacia atrás y vio a Kunsen bebiendo de nuevo. Por fortuna, la tensión se había desvanecido luego de un par de botellas de vodka, y ahora solo le quedaba marcharse lo antes posible. Pero las palabras de su adversario reabrieron las heridas apenas cauterizadas.
—No la vas a olvidar como se olvida el rostro de un paciente cuyos intestinos y riñones han pasado por tus manos.
—Utilizo instrumentos, idiota —replicó el oncólogo mordiendo cada sílaba—; no opero con las manos.
Kunsen lanzó una carcajada que sonó demasiado falsa e instintivamente se ladeó un poco, como si se preparase para afrontar una reacción violenta que no llegó. No es que Lemden no sintiera el deseo de golpearlo, pero se contuvo. Volvió a mirar por la ventana. En la lejanía un pequeño rebaño de alces pareció sobresaltarse, pero no centró en ellos su atención. Se empezaba a formar una niebla que el crepúsculo teñía de anaranjado y pensó que si se demoraba no podría partir hasta la mañana siguiente. Pasar la noche en la casa con Kunsen era lo último que deseaba; aún así no se movió.
—¿Sabes una cosa, Kunsen? —dijo Lemden sin volverse. Estaba tan cerca del cristal que al hablar lo empañó con su aliento—. Lo peor de los tumores es que uno mismo los alimenta mientras los tiene alojados.
—¡Exacto! —respondió el otro—, no hay curación en sentido estricto —se le enredaba la lengua—. Todo tratamiento va encaminado a contener al intruso, a reducirlo si es posible y, en el momento propicio —eructó—, ¡extirpar! ¡No hay más solución que extirpar!
Mientras hablaba se había acercado con curiosidad hasta la ventana, junto a Lemden, pero ya no se veía nada, salvo una borrosa mancha violácea. Pegó las narices al cristal. Lemden lo observó, las cabezas casi juntas, parecía estar viendo a un niño contrariado por haberse perdido algo interesante. Oyeron aullar a los lobos.
—¿Alguna vez se te ocurrió imaginar que tú mismo te has convertido en un tumor? —Lemden notó que Kunsen se encogía sobre sí mismo, se plegaba como una manta que será guardada en un ropero al final del invierno; sí, por lo visto lo había pensado, así que machacó en caliente—. Algo así como una masa de células monstruosas que crecen y se multiplican de un modo anormal. Has infectado la realidad en la que estamos inmersos, Kunsen, y acostarte con mi mujer no ha sido sino una manifestación más de tu capacidad para proliferar como una célula cancerosa. No eres una persona sino una metástasis.
Como si la palabra hubiera operado mágicamente en el ánimo de Kunsen, el biólogo se recompuso, adelantó el cuerpo, agresivo, y limpió la mente de cualquier residuo negativo que hubiera contenido.
—Esa es la idea, Lemden: proliferar, me encanta la palabra; aspiro a meterme en los intersticios de tu vida y ocupar cada hueco vacío. Y como imaginarás Ada no es otra cosa que un órgano más que debe ser conquistado.
—Eres un estúpido, Kunsen —respondió el otro palmeándole suavemente en el hombro—, de qué poco te sirve una licenciatura que obtuviste copiando en los exámenes. —Se dirigió con calma hacia la entrada y habló de nuevo desde allí—: Deberías saber que el éxito de la enfermedad la aboca a su propio final. Por otra parte, no es en absoluto compasivo alargar una penosa agonía cuando el cáncer no tiene remedio —dijo en tono resignado mientras abría la puerta—. O dicho de otra manera, ¿nunca oíste el adagio: "muerto el perro se acabó la rabia"?
El rostro laxo de Kunsen delataba su incomprensión. Hasta que vio entrar la manada de lobos.


miércoles, 19 de septiembre de 2018

CINCO METAFICCIONES



DEUDA

Catáfito, el Judío Errante para algunos, Ahasverus, el sirio, para otros, llevaba dos mil años pagando una deuda, incrementada por intereses que ya superaban el capital original. Decía la leyenda —y él no tenía cómo refutarla— que su complacencia ante el sufrimiento ajeno, schadenfreunde, según Schopenhauer, había enfurecido a Cristo: “El Hijo del Hombre se va, pero tú esperarás su regreso”. Y él no había dejado de esperar. Cada siglo sufría enfermedades, dolor, angustia de muerte, pero no moría; sanaba y rejuvenecía hasta tener de nuevo treinta y tres años. Veinte veces había “casi” muerto, y siempre había superado la agonía para reiniciar el ciclo. Pero esta vez sería diferente: había aprendido un truco... Moriría durante unos minutos, serían suficientes.
—¿Cuándo regresará el Hijo del Hombre? —balbuceó una vez que alcanzó el Lugar. La respuesta lo golpeó como un mazazo en el cráneo.
—El Hijo del Hombre no trabaja más aquí. No está programada la Segunda Venida, por lo menos durante los próximos dos mil años.




ALGUNAS COSAS QUE DECIR

—¿Quién se anima —susurró Bobby Fischer— a decirle al rey blanco que todo su reino es un patio de sesenta y cuatro baldosas, treinta y dos de las cuales son blancas y otras treinta y dos son negras, que comparte el espacio con un rey negro y otros treinta vagos, que su poder se limita a lo que dicta el capricho del jugador, yo, por ejemplo, y que lo más probable es que pase Navidad y Año Nuevo metido en una caja?
—¡Yo me animo y se lo digo! —exclamó a voz en cuello el rinoceronte de Ionesco.
—¿También se anima a decirle que se terminó la cerveza?




UN CASAMIENTO DE PORQUERÍA

—Se les acabó el vino —dijo Miryam, consternada.
—¿Y a nosotros qué nos importa? —respondió Yeshua, de mal modo—. Somos invitados, no los organizadores.
—Hagan lo que él diga —le dijo la mujer a los sirvientes, terca. Sabía cómo manejar a su hijo. Había seis tinajas de cien litros cada una. Yeshua suspiró resignado; no podía contradecir a su madre delante de toda esa gente.
—Llenen las tinajas de agua, hasta arriba —dijo.
—Bien hecho, hijo —dijo Miryam. Pero antes de realizar la transformación, Jesús contempló largamente a su progenitora.
—Madre, ¿no te parece mejor que convierta el agua en Coca Cola? Todos estos vagos, sin educación ni control... encima borrachos… no sé…




OTRO APOCALIPSIS

Se encuentran Adolf Hitler y Jorge Luis Borges en el Tiegarten de Berlín. El nazi, que no tiene mucha idea de quién es el escritor, empieza a hablar pestes de los judíos.
—Un momento —lo ataja Borges— usted debería tener en cuenta que el mundo es una creación de los judíos.
—¿Qué le dije? —se exalta Hitler—. ¡La sinarquía internacional! ¡La banca Rotschild! ¡Corrupción hebrea en todas partes! ¡Hay que matarlos a todos!
—Me parece que no entiende —insiste Borges mirando al führer a los ojos, ya que en este cuento el escritor ve perfectamente—: crearon el mundo; lea el Génesis, interiorícese en la Cabalah…
—¡Soy ateo! —vocifera Hitler.
—Yo también —replica Borges—. Pero nuestro ateísmo no puede evitar el enojo de Yahvé; ahora vea lo que sucede por su culpa.
En efecto: las estrellas del firmamento, que hasta entonces habían brillado con inusual intensidad, empiezan a apagarse.




HAY QUE SABER LEER

Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.
—¡Oh, qué horror, que asco! —exclamó una joven sentada en la primera fila—. ¡Una cucaracha! Y se trepó al asiento.
Gregor se incorporó penosamente, y tras identificar a la que había hablado, replicó.
—Señora: Kafka escribió “insecto”, no “cucaracha”. Tenga un poco de respeto por el autor y por mí mismo. En este punto del relato, antes de que cualquier descripción lo desmienta, yo podría ser un lepidóptero, un escarabeido o un himenóptero, no necesariamente un blattodeo, ¿entiende?
—Disculpe —se defendió la chica—. Es que las cucarachas me dan mucho asco.
—¡Y dale! —Gregor se dirigió a alguien situado en la página 24 y agregó—. Ya sé que no está en el texto de Kafka, Miroslav, pero ¿puede hacerme el favor de retirar a esta desubicada de la sala?

DOMINGO CON AMIGOS (DOS: GRACIELA DE MARY)

EL ÚLTIMO ESCRITOR Graciela De Mary & Sergio Gaut vel Hartman Se encendió la luz. En realidad no había estado durmiendo, pero el...