martes, 4 de septiembre de 2018

EL ZOMBIE ELÉCTRICO



Soy una persona racional, aborrezco a los que creen en supercherías, a los fanáticos que entregan su voluntad a cultos esotéricos o brindan ofrendas a ídolos de arcilla. Por eso, cuando el doctor Almitto anunció la creación del IRD no puede menos que sentir alborozo: una vez más un hombre de ciencia se plantaba frente a la ignorancia y la superstición.
Por entonces, si bien mamá no había muerto, hacía un año que estaba convertida en un zombie, un ser desvalido y vulnerable, víctima absoluta del despiadado Alzheimer. Esperábamos el desenlace de un momento a otro y como no quería perder la oportunidad, me apresuré a cerrar trato con el IRD sin reparar demasiado en las advertencias de los agentes de la empresa, que se aburrieron aclarando que el sistema estaba en fase Beta, que existían riesgos —firme aquí y aquí y allí—, exculpándolos de cualquier fallo que se pudiera producir. Firmé todo lo que me pusieron delante de los ojos, sin leer nada, ni la letra grande ni la pequeña.
Mamá falleció el 3 de agosto, en medio de una tormenta atronadora. No hubo velatorio, claro, y los del IRD se la llevaron en una caja de hielo seco a las dos horas de producido el deceso.
La trajeron de regreso diez días después. Bueno, en realidad la dejaron en la puerta de calle. Ella hizo el resto del camino por sus propios medios, abrió la puerta y casi nos mata del susto. Estaba radiante. Lucía la mejor sonrisa de los últimos tiempos. La habían maquillado con esmero y el volumen de la grabación estaba dos puntos por encima de lo adecuado, pero yo sabía que ese era el precio a pagar para que el sonido de los nanomotores y relés quedara disimulado en medio del incesante parloteo.  
Mamá estaba con nosotros de nuevo. Ya no era una pobre vieja en ruinas; habíamos recuperado a la mujer de siempre: risueña, dicharachera, jovial. Leticia leyó la felicidad en mis ojos. Fue maravilloso durante ocho minutos, el tiempo que demoró en fallar el micromotor del hombro derecho. El brazo se movió espasmódicamente, la mano se convirtió en una garra, se cerró con fuerza sobre el cuello de mi esposa y empezó a apretar y apretó y apretó y apretó. Cuando pude recuperarme llamé al IRD. Me hicieron un descuento del doce por ciento para convertir a Leticia en otro zombie eléctrico.

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