La cima del Ku'minet
Sergio Gaut vel Hartman & Ada Inés Lerner
Cuando terminé de subir la cuesta me quedé
abrazada a la roca que los nativos llaman Ju'lu, pero comprendí que ese
instante maravilloso no podía ser eterno, que tenía que desplazarme, dejar que
otros recibieran el don.
—Si no somos capaces de centrar el
pensamiento y las emociones en el lugar que corresponde —dijo Filander—, pronto
percibiremos una extrema vulnerabilidad, una perturbación abrumadora, un mortal
disgusto. —Me reí. Siempre tan filosófico, Filander. No obstante, el físico no
era el único que pensaba así. Monis Gurjo, la exobióloga, me miró
despectivamente y soltó todo el veneno de golpe.
—Hay personas que no comprenden (o no
pueden hacerlo por puro egoísmo) que si no se tiene cuidado de su particular
sistematicidad, a estas criaturas les llegaría un conjunto de signos caóticos e
inapreciables.
—¿Es para que haga tanta alharaca, doctora
Gurjo? —Ya me estaba fastidiando.
—Les preocupa poco la otredad —siguió
ella, sin registrarme— el origen, el cómo y el por qué sus actitudes y
enfermedades afectan al medio ambiente y a las criaturas indefensas en el
universo. Estos exosistemas son y se sienten vulnerables, perturbados, ¿no lo
entiende? Estas indefensas criaturas corren peligro mortal.
—O sea que para usted, doctora Gurjo, yo
soy una asesina, una egocéntrica, en fin, un ser despreciable. Y yo le digo que
soy un ser humano, una criatura de Dios, a la que Ju'lu ha bendecido; me
percaté al instante de mí supuesto “error”, por lo que usted me juzga sin
derecho alguno.
—La filosofía —intervino oportunamente
Filander— asegura que el hombre está determinado por leyes universales que lo
condicionan mediante la ley de la preservación de la vida. —Y agregó—: Dejemos
a Ju'lu y sus dones y descendamos de la cima del Ku'minet antes de que
anochezca.
Lo que ninguno de nosotros sabía y solo
averiguaríamos cuando ya fuera demasiado tarde, era que el supuesto don con el
que Ju'lu nos había bendecido era una suerte de condimento, una forma de
adobarnos para el pantagruélico festín que las indefensas criaturas en peligro
mortal pensaban darse a nuestras expensas.
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