jueves, 13 de septiembre de 2018

FELTÉTELES ARGENTÍNA, A MÚLTBÓL A JÖVÖ FELÉ


Este es el ensayo que preparé para el número especial de la revista GALAKTIKA dedicado a la narrativa conjetural argentina. La traducción podría ser: "Argentina conjetural, del pasado al futuro.



Feltételes Argentína, a múltból a jövö felé
Sergio Gaut vel Hartman


La nota introductoria a una antología de cuentos argentinos de ficción especulativa debe, antes que nada, clarificar algunos conceptos. ¿Existe algo que podamos denominar “ficción especulativa argentina”? Se han intentado muchas respuestas, algunas de las cuales se alinean en el bando del “sí” y otras tantas en el del “no”. Por lo pronto, existe un acervo propio, creado a partir de iniciativas individuales y espontáneas que responde a la pregunta con hechos, con obras. Sin embargo, ¿qué lastimoso pudor nos obliga a acurrucarnos bajo el ala generosa de «lo fantástico», obteniendo el favor de la «corriente general» y evitando ser catalogados como una especia de bandoleros, salteadores de caminos de la literatura? Por otra parte, y dejando de lado toda reserva, ¿qué compulsiva fidelidad nos liga a un rótulo anglosajón que designa a un género literario que tuvo sus orígenes en la ciencia ficción cuando en nuestro inventario contamos con predecesores como Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares?
No tengo una respuesta, por lo menos no tengo una única respuesta. Pero sí puedo señalar un hecho grabado a fuego: aquellos que nos formamos leyendo sf anglosajona ya habíamos perdido la pureza el día que nos sentamos a escribir ficción por primera vez. Esa pureza perdida (o la mestización a la fuerza) ha dictado las normas de nuestro modo de escribir sin deliberaciones o reflexiones. Hubo un momento de auge en la década de 1980 con fanzines (Sinergia, Cuasar, Nuevomundo) cuando a la sombra de algunas revistas profesionales (El péndulo, Minotauro y Pársec) nació y sobrevivió durante algunos años el Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía. Fue por entonces que una editorial «seria», de origen universitario, Eudeba, recogió en una antología crítica a diez autores (seis de los cuales pueden considerarse productos de una misma generación) lo que indica que lícito hablar de «fenómeno».
Tal vez no sea fácil reparar en la sutil diferencia que hay entre hacer lo que hacemos «desde este lado» o desde la corriente general; al menos no es categórico. Pero el mencionado fenómeno forma su propio territorio, y observando el material producido en ese lapso, se pone de relieve que las reglas surgieron casi por generación espontánea.
En su artículo «La ciencia ficción y los argentinos» (revista Minotauro Nº 10, abril de 1985) dice el profesor Pablo Capanna: «En general, los autores cultivan una literatura fantástica no tradicional, que linda con la ciencia ficción, la atraviesa y sale libremente de su ámbito, con escasa presencia del elemento científico-tecnológico (...) Quizás el rasgo más común sea que nuestros autores no hacen ciencia ficción a partir de la ciencia, como ocurre en los países industriales donde reina la ciencia ficción y en cuyo mundo espiritual importan las convenciones y los mitos del genero.»
Para Marcial Souto, compilador de La ciencia ficción en la Argentina (Antología crítica), Eudeba, Bs. As., 1985, director de la revista Minotauro y de la colección Minotauro-argentina, hay un conjunto de abordajes posibles. En la Introducción de la antología que acabo de citar, dice: «Algunos autores ven el genero como una manera de especular sobre el funcionamiento y el sentido del inmenso universo que la ciencia ficción nos ha revelado en los últimos siglos (...) Otros ven la ciencia ficción como un instrumento que nos permite imaginar con flexibilidad caminos posibles para nuestra civilización.»
De todos modos los temas clásicos, tal vez digeridos y metabolizados a través de experiencias personales (en los últimos años inclusive traumáticas), se presentan en el cuerpo de esta literatura, por lo menos en Argentina, y tal vez en otros países de América Latina, formando una espiral ascendente. Hay realidades contiguas, extrapolaciones de la cruda violencia urbana, fábulas donde la cordura es llevada hasta su límite entrópico, o la locura vuelta del revés, como un guante. Hay corrupciones, disecciones, irrupciones, violaciones, exploraciones y proyecciones de los sueños —ese mundo onírico tan caro a la fantasía y el surrealismo— pero procesados mediante filtros ópticos y acústicos fabricados en Buenos Aires, Rosario o Córdoba, las urbes más populosas de Argentina. Y también hay naves espaciales, invasores del espacio exterior y algunos robots, claro, las excepciones imprescindibles para confirmar la regla...
Pagamos todas nuestras deudas. Con la ciencia ficción anglosajona celebrando sus convenciones. Con los ilustres escritores nacionales que nos precedieron tratando de escribir cada día un poco mejor. Con los editores vendiendo nosotros mismos los libros para que no pierdan dinero. Con los lectores firmando promesas de un género «hard» que nadie, en estos suburbios, parece capaz de cumplir.
Un crítico local dijo, en una charla de bar, que la ciencia ficción argentina era un animal imaginario producto de la mente acalorada de un puñado de lectores, editores y escritores. Puestos a discutir la cuestión resultó que dicho crítico estaba bastante cerca de la verdad. Se ha escrito ciencia ficción en la Argentina en forma más o menos regular desde hace casi un siglo y medio, pero es un empeño destinado al fracaso el intentar descubrir un hilo conductor que enlace las obras producidas de generación en generación. El hito inicial está marcado por Viaje maravilloso del señor Nic-Nac al planeta Marte, en el que se refieren las prodigiosas aventuras de este señor y se dan a conocer las instituciones, costumbres y preocupaciones de un mundo desconocido. Se trata de una novela que podemos denominar de “fantasía espiritista”, que fue escrita por Eduardo Ladislao Holmberg (él mismo la califica de ese modo) y publicada en doce entregas semanales entre noviembre de 1875 y febrero de 1876.
Sin embargo, la ciencia ficción argentina ha sido un producto casi casual, para nada consciente, hasta hace unas pocas décadas. Y a pesar de que algunos autores consagrados se atrevieron a rozar sus temas y convenciones, siempre se movió por los márgenes de la corriente principal de la literatura sin lograr conformar un espacio propio, por lo menos ante los ojos despiadados de los críticos de los suplementos literarios. Es posible que Quiroga o Borges hayan escrito ficciones que podríamos enmarcar como ficción especulativa o narrativa conjetural, una expresión que el propio autor de “El Aleph” tomó del francés Pierre Versins para utilizarla en una de sus obras liminares, el “Poema conjetural”. Después de todo, conjeturar es lo que todos hacemos al escribir ficciones. No solo conjeturamos que una nave podría viajar a la velocidad de la luz hacia Alpha Centauro o que un sabio loco estaría construyendo una máquina del tiempo en el sótano de su casa, también conjeturamos cuando completamos los hechos conocidos con los imaginarios. Jamás sabremos qué hablaron Atila, el prefecto Trigecio, el cónsul Avieno y el papa León I, pero podemos conjeturar y tejer una trama en torno a esa reunión. Esa es la clase de conjetura que ha permitido vincular a los grandes escritores ya mencionados con las sucesivas camadas de creadores que constituyen el cuerpo de la narrativa especulativa argentina. La aparición de la revista Más Allá en la década de 1950; la colección de libros de Minotauro en esa misma década y la revista del mismo nombre dirigida por Francisco Porrúa en la siguiente; la influencia de la publicación española Nueva dimensión a partir de 1970 y la marea de actividad con la aparición de las revistas, fanzines y colecciones de libros en la década de 1980, una vez vencida la dictadura genocida y recuperada la democracia, cierran la prehistoria del género en Argentina y abren una nueva era. De todos modos es posible que la bisagra de estos dos aspectos o fases de la ficción especulativa argentina esté indicado por una obra liminar que no es una novela ni una colección de cuentos: El Eternauta, una historieta o comic publicada por entregas. Con guión de Héctor Germán Oesterheld, y dibujada en primera instancia por Francisco Solano López, esta vigorosa narración en la que una especie extraterrestre invade la Tierra y se ensaña con nuestro país, “entregado” a los invasores por las potencias centrales, resulta especialmente valiosa porque presenta una lección de resistencia ambientada en lugares cotidianos y reconocibles, y llevada a cabo por hombres comunes y corrientes, no la clase de súper héroes o salvadores providenciales a los que trataron de acostumbrarnos las editoriales norteamericanas de comics. El Eternauta y Oesterheld marcaron con intensidad al género y la obra sirvió para establecer una suerte de fusión entre las ficciones “serias” de los autores de la corriente principal y los nuevos escritores que probaron sus armas a partir de ese momento.  No fue esa la única incursión de Oesterheld en el campo de la ficción especulativa, ya que en el pasado había codirigido la mítica revista Más Allá (1953-1957, 48 números) y luego Géminis, una publicación efímera de 1965. Además de varios guiones para historietas vinculadas a la ciencia ficción, Oesterheld escribió un puñado de cuentos y una novelización de El Eternauta, que quedó incompleta. Al principio de la década de 1970 la segunda parte de El Eternauta fue publicada en la revista Skorpio, otra vez dibujada por Solano López. Durante 1976, Oesterheld fue secuestrado por la dictadura militar argentina y se presume que fue asesinado en 1977.
Este posicionamiento en el punto de inflexión que marcó El Eternauta nos permite impulsarnos hacia el pasado remoto y pasar una rápida revista a los antecesores del género en Argentina. Los ejemplos más tempranos son “Delirio” (1816), de Antonio José Valdés, un raro relato de proto ciencia ficción; “Argirópolis” (1850), del escritor, estadista y luego presidente de la república Domingo Faustino Sarmiento, es una narración utópica que le sirve al autor para explorar sus ideales liberales. Juana Manuela Gorriti, por su parte, escribió el primer cuento en el que se especula sobre un tema científico: “Quien escucha, su mal oye” (1865), un texto que aborda el mesmerismo, un asunto que aparece en muchas ficciones románticas europeas. A esta sorprendente autora, que bien puede ser considerada la iniciadora de la literatura fantástica argentina, se deben los dos volúmenes que integran Sueños y realidades, en cuyos cuentos están contenidos algunos de los argumentos y enfoques que influirían en los autores de finales del siglo XIX y comienzos del XX. No obstante, y como ya señalé, es Holmberg y su Viaje maravilloso del señor Nic-Nac… quien determinaría el camino a seguir por aquellos escritores capaces de resistir los cantos de sirena del romanticismo para internarse en las más áridas geografías del racionalismo. Por esos tiempos, en Argentina se vigorizó el desarrollo de políticas progresistas que, en el campo cultural dio lugar a la aparición de una fuerte corriente positivista que sirvió de vehículo para la construcción de una literatura de ciencia ficción. Es en este contexto que se inscriben las demás obras de Holmberg, entre las que se destacan el cuento “Horacio Kalibang o los autómatas”, de 1879, y una curiosa utopía política: Olimpio Pitango de Monalia, inédita hasta 1994.
Ya entrado el siglo XX aparece la primera obra significativa: Las fuerzas extrañas (1906), de Leopoldo Lugones, un escritor que luego sería reconocido en especial por su obra poética. En esta colección de cuentos, el escritor explora las ciencias “verdaderas” a la par de “paraciencias” como el ocultismo, el magnetismo, la teosofía, la parapsicología. Se trata de un desordenado y caótico conjunto de historias en las que las ideas se imponen a las tramas y los personajes. En esa misma época, el autor uruguayo-argentino Horacio Quiroga publica ficciones de corte fantástico y especulativo como “El mono que asesinó” (1909) o “El hombre artificial”, una línea de trabajo que sería abandonada en beneficio de trabajos de inclinación naturalista, aunque en 1935, el último libro de Quiroga sería Más allá, una colección de cuentos que la crítica desmereció injustamente, alegando un retroceso del autor a temas de la etapa inicial de su carrera. Pero se trata de una valoración injusta, ya que algunos de los relatos contenidos en el volumen se cuentan entre los más logrados del escritor, como por ejemplo “Más allá”, “El vampiro”, “El llamado” y “El ocaso”.
Por esa misma época, Adolfo Bioy Casares, tras publicar cuatro libros que más tarde repudiaría, escribió La invención de Morel (1940), considerada por muchos críticos como la novela más importante de la ciencia ficción argentina. Narrada con sencillez, esta obra nos presenta a un personaje que escapa de una persecución cuyo motivo desconoce y busca refugio en una isla que supone desierta. Ya ha sido advertido acerca de que quienes arriben a la isla estarán expuestos a una misteriosa enfermedad mortal, pero no obstante ello la encuentra habitada por un grupo de personas, entre los que se cuenta el misterioso doctor Morel, y una seductora joven llamada Faustine. El modo en que Bioy Casares resuelve el misterio es brillante, por lo que mereció que Jorge Luis Borges la considerara perfecta. Bioy Casares continuó escribiendo obras de ficción especulativa durante las siguientes cinco décadas de su vida. Sería imposible nombrarlas a todas en el espacio de este ensayo, por lo que me limitaré a mencionar algunas de las más significativas. “Plan de evasión” (1945), “El perjurio de la nieve” (1945), “La trama celeste” (1948), “El calamar opta por su tinta” (1967).
En cambio no resulta tan fiable determinar qué parte de la obra de Jorge Luis Borges puede ser considerada ficción especulativa. Sí es factible asegurar que la tendencia del autor de “El Aleph”, quién parecía regocijarse bordeando los géneros sin sumergirse por completo en ellos, sumado a la ambigüedad plasmada en sus cuentos, me permite afirmar que estamos ante el más perfecto ejemplo de lo que me gusta denominar narrativa conjetural. Si Oesterheld es el punto de inflexión fáctico de la ciencia ficción argentina, Borges toma su lugar en el punto de inflexión conceptual. Es imposible articular las tendencias, formatos y perspectivas prescindiendo de su influencia sobre los escritores que lo sucedieron. En este territorio se sitúan sus cuentos “Utopía de un hombre que está cansado”, “Funes el memorioso”, “El milagro secreto”, “El inmortal” e incluso “El Aleph”, ya que si bien estamos ante aproximaciones narrativas que orillan lo filosófico, no cabe duda de que los temas están firmemente emparentados con la ficción especulativa.
En este punto los lectores tendrán que permitirme un desliz hacia mi historia personal. He convivido con la ciencia ficción durante sesenta años, aunque ya mencioné al principio de este ensayo que no es una denominación que me haga feliz; no importa: seguiré usando el término porque más allá de los matices todos sabemos de qué hablo.
Hacía muy poco que había comenzado a leer, allá por 1957, cuando llamaron mi atención los libros de una colección llamada “Robin Hood del Espacio” que editaba ACME en Buenos Aires. Me impresionaron en particular las obras juveniles de Arthur C. Clarke, Raymond F. Jones y Donald A. Wollheim, por lo que traté de encontrar libros similares. Ahí nació mi interés por el género. Descubrí que había existido una revista, Más Allá, editada entre 1953 y 1957, que en Argentina Francisco Porrúa dirigía la colección “Minotauro” y que en España E.D.H.A.S.A. publicaba novelas y colecciones de cuentos bajo el sello “Nebulae”. No lo podía creer. Al alcance de mi mano, aunque no de mi bolsillo, se ofrecía el universo entero; miles de planetas habitados por especies inteligentes, y de las otras, viajes en el tiempo, robots, mutantes… Digo que no estaban al alcance de mi bolsillo porque esos libros eran caros para un niño, y que los ejemplares usados de Más Allá habitaban un mercado secundario de cuya existencia no tenía noticias. Pero sí podía comprar por monedas las novelitas “baratas” que editaban Editorial Valenciana y Ediciones Toray en España.
Esta tediosa introducción solo tiene por objetivo explicar por qué vía llegué a Crónicas marcianas, El fin de la infancia, Más que humano y Hacedor de estrellas, por citar algunas de las novelas que me marcaron más profundamente y me lanzaron de cabeza a explorar los mundos alternativos que ofrecía la ficción. Tanto las novelas juveniles como los pulps de la serie “B” alimentaron mi imaginación hasta el punto que pronto no deseé otra cosa que ser primero lector y luego escritor de “ciencia ficción”. Pero la pregunta central es ¿por qué sentía, a tan temprana edad, la necesidad de visitar “mundos alternativos”, no me alcanzaba con este, el que habitamos, real y concreto?
Tal vez la respuesta haya que buscarla en una cuestión de contexto y formación. Nací y crecí en un hogar en el que la religión no ocupaba ningún espacio, aunque desde otro lado, es evidente que los seres humanos necesitamos respuestas a una serie de interrogantes que tienen que ver con la trascendencia, el universo y todo lo demás. En libertad para elegir la vía por la que era posible acceder a esas respuestas, considero que elegí la literatura, en especial la ficción y más concretamente las formas especulativas de la ficción, que por entonces nadie denominaba de otro modo que ciencia ficción o ficción científica.
Es posible que mi condición de autor de ficciones, que se superpone a la de ensayista, arrinconándola, me impulse a ser un poco menos sistemático de lo que debería. Pero no puedo evitar que el entusiasmo, la pasión, inclusive, se cuele por los intersticios de mi experiencia. Descubrí a Olaf Stapledon y sus infinitos mundos posibles y comprendí que Baruch Spinoza, José Ingenieros y Theodore Sturgeon pueden viajar en la misma nave rumbo al infinito.  
Ha corrido mucha agua bajo los puentes desde entonces, y no tiene sentido detenerse en lo que podríamos designar como “mi trayectoria literaria”. Pero sí es consistente tomar como punto de partida mi condición de “testigo” de la evolución de esta forma de ficción.
Alguna vez, hace casi treinta años, escribí un artículo para un boletín español denominado Gigamesh. Se publicó en el número 3 y se llamaba “Ciencia Ficción en la Argentina: Nuestro propio camino”. En él trataba de examinar el fenómeno vivido por los amantes de la literatura fantástica a partir del nacimiento de la revista El Péndulo y la puesta en marcha de un movimiento cuyo empuje inicial duraría un lustro, aunque lo que se sembró entonces siguiera dando frutos en los años siguientes. Por entonces escribí: “...los argentinos solo podemos aplaudir o censurar un desarrollo tecnológico que no nos puede mejorar o castigar más que otras cosas”. Ese parece ser el problema. La línea divisoria la trazaba nuestra relación con la ciencia. A uno y otro lado de esa imaginaria cisura se alineaban los escritores, vacilando entre el flanco utópico, que imaginaba futuros espléndidos, en los que serían doblegados los males endémicos de nuestros países y el costado antiutópico o distópico, que dibujaba escenarios desolados y horrorosos, consecuencia directa de nuestros propios errores o de la indiferencia, el cinismo y la brutalidad de los poderosos de turno. En los dos casos se trataba de describir como se reacciona a los coletazos de la ciencia y la tecnología, al efecto de segunda instancia, ya que no sería verosímil arrogarnos un protagonismo en ese plano. ¿Qué le queda a una ciencia ficción sin ciencia? La respuesta es simple: convertirse en ficción especulativa, en narrativa conjetural. La producción de mundos alternativos nace de la confluencia entre lo que sabemos y lo que somos capaces de imaginar como un desarrollo que recibe un impacto inesperado.
Podría seguir avanzando en la misma dirección y recoger al paso una apreciación casi única: no hay escuelas o tendencias en sentido estricto, sino búsquedas. Búsquedas formales y temáticas, experimentos con materiales y formas propias o adquiridas, da lo mismo. Tratar de hallar una síntesis que unifique los hilos que nacen en la lectura del material, principalmente anglosajón, y se proyectan a través de la subjetividad del escritor para salir por el otro extremo plasmadas en obras personales, es casi un despropósito. La única síntesis posible es... que cada escritor es un mundo, un mundo alternativo, propio e intransferible. Indagando en las motivaciones, más que en los resultados, tal vez podríamos erigir una construcción artificial que explicara la mayoría de las tendencias. Pero en ese caso, lo que quedaría afuera sería tan original que invalidaría la síntesis. Las posibilidades abiertas a partir de las propias pulsiones ofrecen un campo más fértil que cualquier sesgo imitativo, amparado en la creencia de que “así será más fácil publicar”. Pero los editores publican lo que hay. Bien, entonces es hora de decir de una buena vez qué hay...
Empecemos por algo próximo. Dos novelas argentinas escritas en el nuevo milenio, Fábulas invernales, de Carlos Gardini, y Plop, de Rafael Pinedo, permiten una interesante aproximación. Gardini, como en varias de sus novelas anteriores, ofrece un libro que se escribe a sí mismo. Usando palabras conocidas, pero combinándolas de un modo no habitual, logra crear una trama y un escenario de hechos, pasiones y actos alterados. Hay vampiros y sirenas; un mar cuyas aguas se abren al paso de unos y ahogan a otros; está Jonás, el de la ballena, hay referencias a Nínive, La Tempestad, de William Shakespeare y a “Dios Microcósmico”, el cuento de Theodore Sturgeon, pero todas las imágenes se muestran en un espejo aberrante que distorsiona lo real y nos mete de lleno en lo alternativo. Y en este caso, el mundo alternativo es bien diferente al nuestro.
Plop, en cambio (y cito un comentario propio que apareció en la contratapa de la edición argentina) “es una novela rara. Y no tanto porque utilice elementos o esquemas experimentales, sino porque Rafael Pinedo construyó esta historia de desesperada supervivencia con los mismos materiales de desecho que pueden encontrarse en cualquier novela post apocalíptica, pero rearmándolos con una energía, una precisión y una saña de las que no abundan”.
Si queríamos factores comunes que singularizaran la producción argentina en lo que a la construcción de mundos alternativos se refiere, aquí hay uno, muy definido: los mismos materiales, sobras, mitos, rezagos, rémoras, circunstancias o ingredientes que pueden descubrirse en cualquier novela del género, se reciclan, se rearman y, puestos en función de la trama, aparecen sirviendo a otros propósitos. Corramos el riesgo y veamos si los ejemplos se ajustan a la teoría.
En una antología que compilé: Mañanas en sombras (Desde la Gente, 2005), utilicé como eje temático la distopía, cuentos pesimistas, futuros negros, bien negros. Es cierto es que los cuentos no fueron escritos especialmente para antología, pero eso, a esta altura de la cuestión, es irrelevante, ya que los participantes cumplieron con los requisitos para hacer que el libro fuera rigurosamente temático. Horacio Moreno, un agudo crítico, director en su momento de la revista Neuromante, desmenuzó el conjunto en Samizdat y extrajo su propio juego de rasgos. “Carlos Gardini (...) trabaja materiales que todos los días pueden atisbarse en los periódicos locales. (...) Fabio Ferreras, realiza una exacta proyección de una Argentina futura en la que se han cumplido algunas de nuestras peores pesadillas (...) los resquicios, las entrelíneas de lo que vivimos o consumimos todos los días, son una materia prima de excelsa calidad para imaginar posibles devenires. (...) Fernando de Giovanni (...) construye un mundo del mañana que realmente asusta, que reciclando algunas ideas clásicas y ya vistas ofrece un panorama aterrador de lo que bien podría ser un cuadro preciso del mañana”.
He sacado de contexto algunas apreciaciones de Moreno y pido disculpas al autor y a los lectores por ello. Me interesaba resaltar las líneas que justifican la apreciación anterior acerca de que una ficción especulativa hispanoamericana escrupulosa de sus recursos buceará antes en los propios miedos que en miedos ajenos y usara sus propias ruinas, si hiciera falta, para construir la nueva casa.
Puestos a transitar este camino, no resulta desatinado explorar ejemplos recientes de la actividad de los escritores de la región, esbozar los resultados y sacar algunas conclusiones.
Dejando de lado la polémica que genera determinar si los mundos alternativos creados están o no en zona de ficción “científica” o si, por el contrario, se necesita un paraguas más amplio para cobijar las obras, el que brinda, por ejemplo, la narrativa conjetural, veremos que el interés de los escritores por las formas que permiten revisar el pasado para entender el presente y proyectar el futuro, aunque sea en sus expresiones mínimas, nos conduce inexorablemente a la ucronía y la ficción histórica.
Pero la ficción histórica o la ucronía no agotan la paleta de colores de la que disponen los autores a la hora de elegir enfoques y trayectorias que les permitan internarse en mundos alternativos. Los mitos y costumbres locales son una fuente de temas fascinante. Se pueden utilizar con criterios especulativos o fantásticos, sin que importe demasiado. Fernando José Cots, en “Obertura para dioses locos” exploró un tema afín a los mitos lovecraftianos... pero localizados en las sierras de Córdoba, Argentina. En “Algo en el lago”, el joven escritor argentino Andrés Diplotti utiliza una leyenda del sur argentino con ciertas reminiscencias de las que sostienen la existencia de un monstruo en un lago de Escocia.
¿Cómo incide este cuerpo de ficciones en lo que llamamos fandom, la masa de lectores aficionados a leer este tipo de literatura? Es tanto lo que se escribe, es tanto lo que hay para leer que el fandom está desbordado, saturado. La expansión de recursos supera ampliamente la demanda de material de lectura. Es por ello que la industria editorial, que había demostrado una vitalidad inusual si se la compara con años anteriores, está midiendo sus pasos, lo que se refleja tanto en las tiradas como en la cantidad de títulos que se edita.
La revolución es Internet... y el problema también. La posibilidad de editar en formato electrónico acelera la exposición de los escritores y proporciona salida a sus trabajos con una frecuencia antes impensable. Entre 1970 y 1982, Nueva Dimensión me publicó cinco cuentos... y no es una mala puntuación. Pero hoy la relación entre el fandom (aunque se trate de un fandom virtual) y el escritor es más estrecha. Como aficionado yo no tuve en los setentas la posibilidad de estar en contacto con Francisco Porrúa o Domingo Santos. Hoy los editores participan en las listas de afinidad y en las redes sociales o por lo menos las leen.
No obstante, cuando dije que la revolución es Internet y el problema también, no me estaba refiriendo a un problema insoluble. El libre juego interactivo entre las publicaciones en papel (fanzines en la década de 1980) y electrónicas y otra vez al papel (en antologías, por ejemplo), al relacionar estrechamente a escritores y lectores del área lingüística “Ñ”, hemos descubierto, una vez más, los beneficios de la sinergia... Al poner en acción esos mecanismos, nuestras problemáticas, aunque distintas, se revelaron afines, y fueron justamente las diferencias de enfoque y estilo las que nos prepararon para conocer lo que hacen los otros, advirtiendo que tenemos temores y enemigos comunes, a los que hasta ahora habíamos enfrentado sin coordinación ni recursos conceptuales.
¿Por qué hablo de enemigos? ¿Profetizo una guerra? Nada de eso. No se trata de un mensaje belicista derivado de un chauvinismo trasnochado. Pero de un modo inorgánico, el matiz ideológico se ha filtrado en el modo de afirmar lo propio, al plantarnos con nuestras propias voces en un espacio que, se supone, por definición, hasta ahora no nos pertenece. Los anglosajones no se hacen esa clase de preguntas; los franceses tampoco. Escriben en su idioma y, como concesión especial, alguna vez, traducen una novela de Angélica Gorodischer (concesión especial en la que tuvo algo que ver la amistad que cultivó la escritora argentina con Ursula K. LeGuin) o publican una antología como Cosmos Latinos a la que se le nota cierta desactualización, aunque sea mejor eso que nada... No hay nada deshonroso ni criticable en actuar de ese modo, solo que nosotros parecemos las víctimas de nuestro propio puritanismo, al proceder como lo hacemos.
Por lo pronto, en los últimos tiempos se han detectado signos de “reactivación” en Argentina. Un diario prestigioso, Página/12, lanzó una colección de libros de escritores nacionales de género fantástico. Podrían discutirse varias cosas, entre ellas la inclusión de dos o tres autores que se requiere un gran esfuerzo para que sean considerados “de género”, aún en un sentido muy amplio; prólogos deficientes y una antología final muy despareja. Pero hay que agradecer lo hecho y no rabiar por los errores. Los libros de Gardini (dos novelas cortas) y de Alejandro Alonso (una novela corta y varios cuentos) salvaron en cierto modo la experiencia. Ya hablé al pasar de Mañanas en sombras y no diré nada más porque estoy involucrado. Una editorial local, Interzona, editó una versión corregida de Plop, antes editada en Cuba. Y hacia fines de 2012, Ediciones Desde la Gente publicó una antología que compilé, llamada Tricentenario, en la que, una vez más, fue posible presentar relatos especulativos de varios escritores argentinos como Ricardo Castrilli, Néstor Darío Figueiras, Hernán Domínguez Nimo, Rogelio Ramos Signes, Cristian Mitelman, Alejandro Bentivoglio, Daniel Frini, entre otros. En Tricentenario las conjeturas se centran en la evolución de los procesos de emancipación iniciados hace dos siglos, proyectando otros cien años hacia el futuro las líneas que somos capaces de visualizar en la actualidad.
Y no se detiene. La producción de muchos de estos autores, moviéndose con independencia de las modas o de las corrientes comerciales, están abriendo nuevos caminos, expandiendo temas y enfoques que permiten la intersección de géneros: ucronías policiales, distopías en realidades fracturadas, expansión de la humanidad por el universo en la que los países de la región tienen un protagonismo que jamás se le había otorgado, ingreso de lo onírico en contextos de fuerte contenido político, social, antropológico… Las variantes son infinitas.
No obstante, me voy a permitir un retroceso de casi treinta años para tomar nuevo impulso y abordar otros mundos alternativos que no me gustaría que queden en el camino. Cuando el estudioso español Augusto Uribe me involucró en su proyecto de Latinoamérica Fantástica, la antología que publicó Ultramar en 1985, la Argentina vivía un momento de gran efervescencia cultural, hija del retorno a la democracia tras ocho años de “Proceso” militar. En nuestro campo, la literatura fantástica, esa ebullición, como ya señalé, había sido motorizada por El Péndulo, la revista de Marcial Souto. Al mismo tiempo, en el lapso que El Péndulo dejó de aparecer por motivos estrictamente “comerciales”, Marcial Souto estuvo al frente de la segunda época de la revista Minotauro, una experiencia peculiar que, sin continuarla, recuperó algo de aquel sabor a “buena ciencia ficción” que había tenido la publicación de Francisco Porrúa en los años sesenta. En la creta de la ola, Minotauro se animó a lanzar al mercado una colección de libros que le dio una oportunidad a una serie de nuevos escritores como Gorodisher, Gardini, Shua, Eduardo Abel Giménez y, aunque ahora parezca absurdo, a Mario Levrero, por entonces un casi desconocido, hoy convertido en autor “de culto”. Tal vez debimos haber imaginado que esas publicaciones eran apenas el producto de la euforia del momento y que, en la medida en que no se consolidara un encuadre teórico estaríamos condenados a repetir la afirmación del estudioso Pablo Capanna, en el sentido de que los argentinos hacemos ficción especulativa a partir de lo que producen los anglosajones y por consiguiente nuestras posibilidades de consolidar un “mercado” reconocible, llevara la etiqueta que fuera, era poco menos que una utopía. Por lo pronto, y en la mayoría de los casos, los mundos alternativos siguieron en la mira de algunos autores (Gardini, Giménez, yo mismo), pero en la mayoría de los casos los escritores que habían desarrollado sus carreras en la corriente principal y nada tenían que ver con una literatura de género siguieron su camino por afuera de la narrativa conjetural y solo la rozaron ocasionalmente. Al mismo tiempo, y sin haber sido nunca “contaminados” conscientemente por lo especulativo, Pablo de Santis, Federico Andahazi, Carlos Chernov y Marcelo Cohen, por citar los primeros que llegan a mi mente, construyeron mundos alternativos sin pagar el precio que requiere haber pasado por la fase “de género”. Lo cierto es que la imposibilidad de visualizar y consolidar un mercado disuadía a la mayoría y como la alternativa hubiera sido apegarse a los tópicos y las formas de la ciencia ficción anglosajona se entiende el escaso interés de los autores por comprometerse en construcciones de largo aliento o sentar las bases de una voz propia.
En ese sentido son paradigmáticas las obras de dos escritores argentinos. Eduardo Goligorsky utilizó la ciencia ficción como recurso para indagar los aspectos sociales y políticos de la realidad desde una perspectiva fantástica, y Alberto Vanasco, otro escritor fuertemente influenciado por las posibilidades de la ficción especulativa a la hora de analizar los intersticios de la realidad con ojos ficcionales.
Sin embargo, no todos veían esa exploración como el método idóneo para recomponer una idiosincrasia quebrada. Emilio Serra, en un artículo aparecido en el boletín Gigamesh Nº 4, Marzo/Abril de 1986, argumentaba que, si bien “no estoy en absoluto en contra de reivindicar los rasgos autóctonos en los que uno crea reconocerse (...) me parece absurdo y triste llegar a extremos de chauvinismo acérrimo, de nacionalismo cerril y de cerrazón a cualquier detalle innovador que pueda llegar a venir de afuera”.
No niego que en una primera fase de recuperación de lo propio se hayan cometido excesos “chauvinistas”. Pero eso jamás fue una norma y mucho menos un rasgo autoimpuesto. Tampoco debe leerse como que los escritores argentinos abrazamos la ficción política y una ciencia ficción de sesgo “nacional”, abandonando cualquier forma que nos vinculara a lo “foráneo”. Pero es posible detectar una serie de indicios que pautaban la búsqueda de una identidad. Tal vez tuvo bastante que ver que por aquellos años emergíamos de una noche muy oscura y necesitábamos exorcizar algunos demonios. La piedra de toque fue el cuento de Carlos Gardini “Primera línea”, premiado en un concurso muy importante que contó a Jorge Luis Borges entre los jurados, y otros cuentos del mismo autor que aparecieron en sus dos primeros libros de relatos. A su vez, la predisposición de El Péndulo para asimilar ficciones nativas, el marco teórico que ofrecían las reflexiones del profesor Pablo Capanna, que de alguna manera ya he mencionado, y las pulsiones derivadas de que habíamos sido capaces de crear una serie de medios de expresión propios, los fanzines, nos habían permitido soltar amarras y casi sin determinar el rumbo nos habían lanzado a la conquista de territorios inexplorados. Mis propias experiencias en ese sentido, sobre las que el pudor me inhibe de extenderme, el fanzine Sinergia (doce números entre 1983 y 1987) y la revista profesional Pársec (seis números entre 1985 y 1986) son la demostración cabal de lo que, desde mi humilde posición, intentaba hacer.
En el mismo momento de formularla se nota que es una pregunta retórica y la respuesta solo puede ser: “de todo un poco”. Cambiemos el ángulo, entonces. ¿Qué nos proponemos, qué nos motiva, que nos impulsa? Regresando sin dificultad al comienzo, podemos decir que estamos saliendo de una larga noche que contenía otras largas noches con períodos de claridad. Nunca en el pasado, más allá de arrestos individuales y tozudeces irreductibles, estuvieron dadas las condiciones para que los escritores proyectaran una obra en el tiempo, pudieran organizar sus etapas y construir los planos de una carrera. Si tales condiciones se dan, los escritores exploran y al cabo de cierto tiempo abandonan los modelos de importación y se animan a plantar sus propias marcas, condición básica para que aparezca el “estilo”. Es bastante natural que Borges, Bioy Casares y Cortázar, aunque no sean escritores “típicos” de ficción especulativa, impregnen la prosa de los autores locales y sus temas y formas terminen abrazando un cómodo sincretismo. No deben desdeñarse, no obstante, otros evidentes imperativos: el lenguaje coloquial de Gorodischer y Gandolfo, la construcción de universos con reglas y personajes a la medida de cada ficción, como en Gardini y más recientemente en Alejandro Alonso, la preocupación por desentrañar las claves de la decadencia, la inoperancia y la anomia política del país, como en casi todos, ya sea en clave metafórica, figurada o sin claves. Por cierto que parece más sencillo apuntar a la desintegración, como visualiza Pinedo en Plop o Chernov en Anatomía humana. Gracias a ese pesimismo “natural” de los mundos alternativos de los argentinos pude compilar Mañanas en sombras, pero es incuestionable que las pesadillas apocalípticas dejan exhausto al lector, por lo que no está nada mal darle un espacio a lo lúdico (las ucronías no son otra cosa que juegos intelectuales, partidas de ajedrez reconstruidas en la historia) y a lo leve.
En 2008 reuní los cuentos para una antología denominada Los universos vislumbrados 2. Se trataba de una suerte de secuela de la que la misma editorial publicara en 1978, por lo que resulta válido trazar una suerte de ruta que nos permita viajar a través de los treinta años transcurridos entre una y otra. En la primera aparecen algunos de los nombres más representativos de la construcción de mundos alternativos pertenecientes a la etapa que yo llamaría “involuntaria”. Es decir, si Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, Santiago Davobe, Ernesto Sábato y Adolfo Bioy Casares incursionaron en la ficción especulativa no lo hicieron para cumplir con un afán “de género”. Más deliberada fue la operatoria de Angélica Gorodischer, Juan Jacobo Bajarlía, AlbertoVanasco, Magdalena Mouján Otaño, Alfredo Julio Grassi, Guillermo Boido, Alicia Suárez y Elvio Gandolfo, por ejemplo, quienes exploraron espacios inciertos, realidades desfasadas y rotas, campos oníricos y puramente ficcionales, los productos de la imaginación y la inventiva que pueden vincularse estrechamente a la variante “ampliada” de la ciencia ficción, una narrativa hecha de conjeturas y especulaciones. En 2008, los autores fueron otros, claro; fue posible y necesario ofrecerle un lugar a las caras nuevas. Pero a pesar de que la diversidad temática sigue siendo el signo distintivo, es posible observar ciertas constantes. Como señala Angela B. Dellepiane en su trabajo “Narrativa argentina de ciencia ficción: Tentativas liminares y desarrollo posterior” (1989), los modelos en torno a los que se configuran las ficciones del período (incluye varias antologías argentinas de las décadas de 1960 y 1970) son extrapolaciones de algunos rasgos de nuestra sociedad que conducen a un mundo barbarizado, producto de alguna forma de colapso, o sin necesidad de llegar a ese punto, distopías. En el trabajo de Dellepiane se consideran varios otros ejes temáticos, que coinciden, tonalizados con cierto “color local”, con los que pautan la producción de la narrativa conjetural de los anglosajones.
Las posibilidades abiertas a partir de las propias pulsiones ofrecen un campo más fértil que cualquier sesgo imitativo, amparado en la creencia de que “así será más fácil publicar”. Pero los editores publican lo que hay. Bien, entonces es hora de decir de una buena vez qué hay...
No hay conclusiones. Sacar conclusiones es cerrar el asunto, y cualquier opinión sobre el futuro de los autores y obras que se internan en los mundos alternativos sería provisoria. Por otra parte, ya que aborrezco la condición predictiva que algunos le asignan a la ciencia ficción mucho menos voy a usar ese incomprobable don para adivinar la dirección de una actividad multifacética. La ficción especulativa, como buena hija de la narrativa conjetural, es un animal que evoluciona sin parar, que se propone crecer y crecer hasta alcanzar dimensiones dignas de un ser llegado del espacio profundo. No descarten la posibilidad de que arroje algún zarpazo en el futuro próximo, de que producto de esa acción se rasgue el tejido de la realidad y que a través de la fisura empiecen a fluir, incontenibles, hordas y manadas de mundos alternativos.
En lo inmediato, he tenido la posibilidad de lanzar una serie de antologías binacionales, por lo que el presente es casi futuro. Ya se publicaron Espacio austral, con Chile, y Extremos, con México. Esperan su turno antologías similares realizadas con Perú, Brasil, Bolivia, Ecuador, Cuba, España, Portugal, Francia, Italia, Grecia, Rusia, Israel. Algunos son los autores conocidos, otros constituyen el recambio imprescindible de un género que no se cansa de evolucionar.

Sergio Gaut vel Hartman 




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