Este es el ensayo que preparé para el número especial de la revista GALAKTIKA dedicado a la narrativa conjetural argentina. La traducción podría ser: "Argentina conjetural, del pasado al futuro.
Feltételes Argentína, a
múltból a jövö felé
Sergio Gaut vel Hartman
La nota introductoria a una antología de cuentos argentinos de
ficción especulativa debe, antes que nada, clarificar algunos conceptos. ¿Existe
algo que podamos denominar “ficción especulativa argentina”? Se han intentado
muchas respuestas, algunas de las cuales se alinean en el bando del “sí” y
otras tantas en el del “no”. Por lo pronto, existe un acervo propio, creado a
partir de iniciativas individuales y espontáneas que responde a la pregunta con
hechos, con obras. Sin embargo, ¿qué lastimoso pudor nos obliga a acurrucarnos
bajo el ala generosa de «lo fantástico», obteniendo el favor de la «corriente
general» y evitando ser catalogados como una especia de bandoleros, salteadores
de caminos de la literatura? Por otra parte, y dejando de lado toda reserva, ¿qué
compulsiva fidelidad nos liga a un rótulo anglosajón que designa a un género
literario que tuvo sus orígenes en la ciencia ficción cuando en nuestro inventario
contamos con predecesores como Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Macedonio
Fernández, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares?
No tengo una respuesta, por lo menos no tengo una
única respuesta. Pero sí puedo señalar un hecho grabado a fuego: aquellos que
nos formamos leyendo sf anglosajona ya habíamos perdido la pureza el día que
nos sentamos a escribir ficción por primera vez. Esa pureza perdida (o la
mestización a la fuerza) ha dictado las normas de nuestro modo de escribir sin
deliberaciones o reflexiones. Hubo un momento de auge en la década de 1980 con fanzines
(Sinergia, Cuasar, Nuevomundo)
cuando a la sombra de algunas revistas profesionales (El péndulo, Minotauro y Pársec) nació y sobrevivió durante
algunos años el Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía. Fue por entonces
que una editorial «seria», de origen universitario, Eudeba, recogió en una
antología crítica a diez autores (seis de los cuales pueden considerarse
productos de una misma generación) lo que indica que lícito hablar de
«fenómeno».
Tal vez no sea fácil reparar en la sutil diferencia
que hay entre hacer lo que hacemos «desde este lado» o desde la corriente
general; al menos no es categórico. Pero el mencionado fenómeno forma su propio
territorio, y observando el material producido en ese lapso, se pone de relieve
que las reglas surgieron casi por generación espontánea.
En su artículo «La ciencia ficción y los argentinos»
(revista Minotauro Nº 10, abril de
1985) dice el profesor Pablo Capanna: «En general, los autores cultivan una
literatura fantástica no tradicional, que linda con la ciencia ficción, la
atraviesa y sale libremente de su ámbito, con escasa presencia del elemento
científico-tecnológico (...) Quizás el rasgo más común sea que nuestros autores
no hacen ciencia ficción a partir de la ciencia, como ocurre en los países
industriales donde reina la ciencia ficción y en cuyo mundo espiritual importan
las convenciones y los mitos del genero.»
Para Marcial Souto, compilador de La ciencia ficción en la
Argentina (Antología crítica), Eudeba, Bs. As., 1985,
director de la revista Minotauro y de la colección Minotauro-argentina, hay un
conjunto de abordajes posibles. En la Introducción de la antología que acabo de citar,
dice: «Algunos autores ven el genero como una manera de especular sobre el
funcionamiento y el sentido del inmenso universo que la ciencia ficción nos ha
revelado en los últimos siglos (...) Otros ven la ciencia ficción como un
instrumento que nos permite imaginar con flexibilidad caminos posibles para
nuestra civilización.»
De todos modos los temas clásicos, tal vez digeridos y
metabolizados a través de experiencias personales (en los últimos años
inclusive traumáticas), se presentan en el cuerpo de esta literatura, por lo
menos en Argentina, y tal vez en otros países de América Latina, formando una
espiral ascendente. Hay realidades contiguas, extrapolaciones de la cruda
violencia urbana, fábulas donde la cordura es llevada hasta su límite
entrópico, o la locura vuelta del revés, como un guante. Hay corrupciones,
disecciones, irrupciones, violaciones, exploraciones y proyecciones de los
sueños —ese mundo onírico tan caro a la fantasía y el surrealismo— pero
procesados mediante filtros ópticos y acústicos fabricados en Buenos Aires,
Rosario o Córdoba, las urbes más populosas de Argentina. Y también hay naves
espaciales, invasores del espacio exterior y algunos robots, claro, las
excepciones imprescindibles para confirmar la regla...
Pagamos todas nuestras deudas. Con la ciencia ficción
anglosajona celebrando sus convenciones. Con los ilustres escritores nacionales
que nos precedieron tratando de escribir cada día un poco mejor. Con los
editores vendiendo nosotros mismos los libros para que no pierdan dinero. Con
los lectores firmando promesas de un género «hard» que nadie, en estos
suburbios, parece capaz de cumplir.
Un crítico local dijo, en una charla de bar, que la
ciencia ficción argentina era un animal imaginario producto de la mente
acalorada de un puñado de lectores, editores y escritores. Puestos a discutir
la cuestión resultó que dicho crítico estaba bastante cerca de la verdad. Se ha
escrito ciencia ficción en la
Argentina en forma más o menos regular desde hace casi un
siglo y medio, pero es un empeño destinado al fracaso el intentar descubrir un
hilo conductor que enlace las obras producidas de generación en generación. El
hito inicial está marcado por Viaje
maravilloso del señor Nic-Nac al planeta Marte, en el que se refieren las
prodigiosas aventuras de este señor y se dan a conocer las instituciones,
costumbres y preocupaciones de un mundo desconocido. Se trata de una novela
que podemos denominar de “fantasía espiritista”, que fue escrita por Eduardo
Ladislao Holmberg (él mismo la califica de ese modo) y publicada en doce
entregas semanales entre noviembre de 1875 y febrero de 1876.
Sin embargo, la ciencia ficción argentina ha sido un
producto casi casual, para nada consciente, hasta hace unas pocas décadas. Y a
pesar de que algunos autores consagrados se atrevieron a rozar sus temas y
convenciones, siempre se movió por los márgenes de la corriente principal de la
literatura sin lograr conformar un espacio propio, por lo menos ante los ojos
despiadados de los críticos de los suplementos literarios. Es posible que
Quiroga o Borges hayan escrito ficciones que podríamos enmarcar como ficción
especulativa o narrativa conjetural, una expresión que el propio autor de “El
Aleph” tomó del francés Pierre Versins para utilizarla en una de sus obras
liminares, el “Poema conjetural”. Después de todo, conjeturar es lo que todos
hacemos al escribir ficciones. No solo conjeturamos que una nave podría viajar
a la velocidad de la luz hacia Alpha Centauro o que un sabio loco estaría
construyendo una máquina del tiempo en el sótano de su casa, también
conjeturamos cuando completamos los hechos conocidos con los imaginarios. Jamás
sabremos qué hablaron Atila, el prefecto Trigecio, el cónsul Avieno y el papa
León I, pero podemos conjeturar y tejer una trama en torno a esa reunión. Esa
es la clase de conjetura que ha permitido vincular a los grandes escritores ya
mencionados con las sucesivas camadas de creadores que constituyen el cuerpo de
la narrativa especulativa argentina. La aparición de la revista Más Allá en la década de 1950; la
colección de libros de Minotauro en esa misma década y la revista del mismo nombre
dirigida por Francisco Porrúa en la siguiente; la influencia de la publicación
española Nueva dimensión a partir de
1970 y la marea de actividad con la aparición de las revistas, fanzines y
colecciones de libros en la década de 1980, una vez vencida la dictadura
genocida y recuperada la democracia, cierran la prehistoria del género en
Argentina y abren una nueva era. De todos modos es posible que la bisagra de
estos dos aspectos o fases de la ficción especulativa argentina esté indicado
por una obra liminar que no es una novela ni una colección de cuentos: El Eternauta, una historieta o comic publicada por entregas. Con guión
de Héctor Germán Oesterheld, y dibujada en primera instancia por Francisco
Solano López, esta vigorosa narración en la que una especie extraterrestre
invade la Tierra
y se ensaña con nuestro país, “entregado” a los invasores por las potencias
centrales, resulta especialmente valiosa porque presenta una lección de
resistencia ambientada en lugares cotidianos y reconocibles, y llevada a cabo
por hombres comunes y corrientes, no la clase de súper héroes o salvadores
providenciales a los que trataron de acostumbrarnos las editoriales
norteamericanas de comics. El Eternauta y Oesterheld marcaron con
intensidad al género y la obra sirvió para establecer una suerte de fusión
entre las ficciones “serias” de los autores de la corriente principal y los
nuevos escritores que probaron sus armas a partir de ese momento. No fue esa la única incursión de Oesterheld en
el campo de la ficción especulativa, ya que en el pasado había codirigido la
mítica revista Más Allá (1953-1957,
48 números) y luego Géminis, una publicación
efímera de 1965. Además de varios guiones para historietas vinculadas a la ciencia
ficción, Oesterheld escribió un puñado de cuentos y una novelización de El Eternauta, que quedó incompleta. Al
principio de la década de 1970 la segunda parte de El Eternauta fue publicada en la revista Skorpio, otra vez dibujada por Solano López. Durante 1976,
Oesterheld fue secuestrado por la dictadura militar argentina y se presume que
fue asesinado en 1977.
Este posicionamiento en el punto de inflexión que
marcó El Eternauta nos permite
impulsarnos hacia el pasado remoto y pasar una rápida revista a los antecesores
del género en Argentina. Los ejemplos más tempranos son “Delirio” (1816), de Antonio
José Valdés, un raro relato de proto ciencia ficción; “Argirópolis” (1850), del
escritor, estadista y luego presidente de la república Domingo Faustino
Sarmiento, es una narración utópica que le sirve al autor para explorar sus
ideales liberales. Juana Manuela Gorriti, por su parte, escribió el primer cuento
en el que se especula sobre un tema científico: “Quien escucha, su mal oye” (1865),
un texto que aborda el mesmerismo, un asunto que aparece en muchas ficciones
románticas europeas. A esta sorprendente autora, que bien puede ser considerada
la iniciadora de la literatura fantástica argentina, se deben los dos volúmenes
que integran Sueños y realidades, en cuyos cuentos están contenidos
algunos de los argumentos y enfoques que influirían en los autores de finales
del siglo XIX y comienzos del XX. No obstante, y como ya señalé, es Holmberg y
su Viaje maravilloso del señor Nic-Nac… quien
determinaría el camino a seguir por aquellos escritores capaces de resistir los
cantos de sirena del romanticismo para internarse en las más áridas geografías
del racionalismo. Por esos tiempos, en Argentina se vigorizó el desarrollo de
políticas progresistas que, en el campo cultural dio lugar a la aparición de una
fuerte corriente positivista que sirvió de vehículo para la construcción de una
literatura de ciencia ficción. Es en este contexto que se inscriben las demás
obras de Holmberg, entre las que se destacan el cuento “Horacio Kalibang o los
autómatas”, de 1879, y una curiosa utopía política: Olimpio Pitango de Monalia, inédita hasta 1994.
Ya entrado el siglo XX aparece la primera obra
significativa: Las fuerzas extrañas (1906), de Leopoldo Lugones,
un escritor que luego sería reconocido en especial por su obra poética. En esta
colección de cuentos, el escritor explora las ciencias “verdaderas” a la par de
“paraciencias” como el ocultismo, el magnetismo, la teosofía, la parapsicología.
Se trata de un desordenado y caótico conjunto de historias en las que las ideas
se imponen a las tramas y los personajes. En esa misma época, el autor uruguayo-argentino
Horacio Quiroga publica ficciones de corte fantástico y especulativo como “El
mono que asesinó” (1909) o “El hombre artificial”, una línea de trabajo que
sería abandonada en beneficio de trabajos de inclinación naturalista, aunque en
1935, el último libro de Quiroga sería Más
allá, una colección de cuentos que la crítica desmereció injustamente,
alegando un retroceso del autor a temas de la etapa inicial de su carrera. Pero
se trata de una valoración injusta, ya que algunos de los relatos contenidos en
el volumen se cuentan entre los más logrados del escritor, como por ejemplo “Más
allá”, “El vampiro”, “El llamado” y “El ocaso”.
Por esa misma época, Adolfo Bioy Casares, tras
publicar cuatro libros que más tarde repudiaría, escribió La invención de Morel (1940), considerada por muchos críticos como
la novela más importante de la ciencia ficción argentina. Narrada con sencillez,
esta obra nos presenta a un personaje que escapa de una persecución cuyo motivo
desconoce y busca refugio en una isla que supone desierta. Ya ha sido advertido
acerca de que quienes arriben a la isla estarán expuestos a una misteriosa
enfermedad mortal, pero no obstante ello la encuentra habitada por un grupo de
personas, entre los que se cuenta el misterioso doctor Morel, y una seductora
joven llamada Faustine. El modo en que Bioy Casares resuelve el misterio es
brillante, por lo que mereció que Jorge Luis Borges la considerara perfecta.
Bioy Casares continuó escribiendo obras de ficción especulativa durante las siguientes
cinco décadas de su vida. Sería imposible nombrarlas a todas en el espacio de
este ensayo, por lo que me limitaré a mencionar algunas de las más
significativas. “Plan de evasión” (1945), “El perjurio de la nieve” (1945), “La
trama celeste” (1948), “El calamar opta por su tinta” (1967).
En cambio no resulta tan fiable determinar qué parte
de la obra de Jorge Luis Borges puede ser considerada ficción especulativa. Sí
es factible asegurar que la tendencia del autor de “El Aleph”, quién parecía
regocijarse bordeando los géneros sin sumergirse por completo en ellos, sumado
a la ambigüedad plasmada en sus cuentos, me permite afirmar que estamos ante el
más perfecto ejemplo de lo que me gusta denominar narrativa conjetural. Si
Oesterheld es el punto de inflexión fáctico de la ciencia ficción argentina,
Borges toma su lugar en el punto de inflexión conceptual. Es imposible
articular las tendencias, formatos y perspectivas prescindiendo de su
influencia sobre los escritores que lo sucedieron. En este territorio se sitúan
sus cuentos “Utopía de un hombre que está cansado”, “Funes el memorioso”, “El
milagro secreto”, “El inmortal” e incluso “El Aleph”, ya que si bien estamos
ante aproximaciones narrativas que orillan lo filosófico, no cabe duda de que
los temas están firmemente emparentados con la ficción especulativa.
En este punto los lectores tendrán que permitirme un
desliz hacia mi historia personal. He convivido con la ciencia ficción durante
sesenta años, aunque ya mencioné al principio de este ensayo que no es una
denominación que me haga feliz; no importa: seguiré usando el término porque
más allá de los matices todos sabemos de qué hablo.
Hacía muy poco que había comenzado a leer, allá por
1957, cuando llamaron mi atención los libros de una colección llamada “Robin
Hood del Espacio” que editaba ACME en Buenos Aires. Me impresionaron en
particular las obras juveniles de Arthur C. Clarke, Raymond F. Jones y Donald
A. Wollheim, por lo que traté de encontrar libros similares. Ahí nació mi
interés por el género. Descubrí que había existido una revista, Más Allá, editada entre 1953 y 1957, que
en Argentina Francisco Porrúa dirigía la colección “Minotauro” y que en España
E.D.H.A.S.A. publicaba novelas y colecciones de cuentos bajo el sello “Nebulae”.
No lo podía creer. Al alcance de mi mano, aunque no de mi bolsillo, se ofrecía
el universo entero; miles de planetas habitados por especies inteligentes, y de
las otras, viajes en el tiempo, robots, mutantes… Digo que no estaban al
alcance de mi bolsillo porque esos libros eran caros para un niño, y que los
ejemplares usados de Más Allá
habitaban un mercado secundario de cuya existencia no tenía noticias. Pero sí podía
comprar por monedas las novelitas “baratas” que editaban Editorial Valenciana y
Ediciones Toray en España.
Esta tediosa introducción solo tiene por objetivo
explicar por qué vía llegué a Crónicas
marcianas, El fin de la infancia,
Más que humano y Hacedor de estrellas, por citar algunas de las novelas que me
marcaron más profundamente y me lanzaron de cabeza a explorar los mundos
alternativos que ofrecía la ficción. Tanto las novelas juveniles como los pulps de la serie “B” alimentaron mi
imaginación hasta el punto que pronto no deseé otra cosa que ser primero lector
y luego escritor de “ciencia ficción”. Pero la pregunta central es ¿por qué
sentía, a tan temprana edad, la necesidad de visitar “mundos alternativos”, no
me alcanzaba con este, el que habitamos, real y concreto?
Tal vez la respuesta haya que buscarla en una cuestión
de contexto y formación. Nací y crecí en un hogar en el que la religión no
ocupaba ningún espacio, aunque desde otro lado, es evidente que los seres
humanos necesitamos respuestas a una serie de interrogantes que tienen que ver
con la trascendencia, el universo y todo lo demás. En libertad para elegir la
vía por la que era posible acceder a esas respuestas, considero que elegí la
literatura, en especial la ficción y más concretamente las formas especulativas
de la ficción, que por entonces nadie denominaba de otro modo que ciencia
ficción o ficción científica.
Es posible que mi condición de autor de ficciones, que
se superpone a la de ensayista, arrinconándola, me impulse a ser un poco menos
sistemático de lo que debería. Pero no puedo evitar que el entusiasmo, la
pasión, inclusive, se cuele por los intersticios de mi experiencia. Descubrí a
Olaf Stapledon y sus infinitos mundos posibles y comprendí que Baruch Spinoza,
José Ingenieros y Theodore Sturgeon pueden viajar en la misma nave rumbo al
infinito.
Ha corrido mucha agua bajo los puentes desde entonces,
y no tiene sentido detenerse en lo que podríamos designar como “mi trayectoria
literaria”. Pero sí es consistente tomar como punto de partida mi condición de “testigo”
de la evolución de esta forma de ficción.
Alguna vez, hace casi treinta años, escribí un
artículo para un boletín español denominado Gigamesh.
Se publicó en el número 3 y se llamaba “Ciencia Ficción en la Argentina : Nuestro
propio camino”. En él trataba de examinar el fenómeno vivido por los amantes de
la literatura fantástica a partir del nacimiento de la revista El Péndulo y la puesta en marcha de un
movimiento cuyo empuje inicial duraría un lustro, aunque lo que se sembró
entonces siguiera dando frutos en los años siguientes. Por entonces escribí: “...los
argentinos solo podemos aplaudir o censurar un desarrollo tecnológico que no
nos puede mejorar o castigar más que otras cosas”. Ese parece ser el problema.
La línea divisoria la trazaba nuestra relación con la ciencia. A uno y otro
lado de esa imaginaria cisura se alineaban los escritores, vacilando entre el
flanco utópico, que imaginaba futuros espléndidos, en los que serían doblegados
los males endémicos de nuestros países y el costado antiutópico o distópico,
que dibujaba escenarios desolados y horrorosos, consecuencia directa de
nuestros propios errores o de la indiferencia, el cinismo y la brutalidad de
los poderosos de turno. En los dos casos se trataba de describir como se
reacciona a los coletazos de la ciencia y la tecnología, al efecto de segunda
instancia, ya que no sería verosímil arrogarnos un protagonismo en ese plano.
¿Qué le queda a una ciencia ficción sin ciencia? La respuesta es simple:
convertirse en ficción especulativa, en narrativa conjetural. La producción de
mundos alternativos nace de la confluencia entre lo que sabemos y lo que somos
capaces de imaginar como un desarrollo que recibe un impacto inesperado.
Podría seguir avanzando en la misma dirección y
recoger al paso una apreciación casi única: no hay escuelas o tendencias en
sentido estricto, sino búsquedas. Búsquedas formales y temáticas, experimentos
con materiales y formas propias o adquiridas, da lo mismo. Tratar de hallar una
síntesis que unifique los hilos que nacen en la lectura del material,
principalmente anglosajón, y se proyectan a través de la subjetividad del
escritor para salir por el otro extremo plasmadas en obras personales, es casi
un despropósito. La única síntesis posible es... que cada escritor es un mundo,
un mundo alternativo, propio e intransferible. Indagando en las motivaciones,
más que en los resultados, tal vez podríamos erigir una construcción artificial
que explicara la mayoría de las tendencias. Pero en ese caso, lo que quedaría
afuera sería tan original que invalidaría la síntesis. Las posibilidades
abiertas a partir de las propias pulsiones ofrecen un campo más fértil que
cualquier sesgo imitativo, amparado en la creencia de que “así será más fácil
publicar”. Pero los editores publican lo que hay. Bien, entonces es hora de
decir de una buena vez qué hay...
Empecemos por algo próximo. Dos novelas argentinas
escritas en el nuevo milenio, Fábulas
invernales, de Carlos Gardini, y Plop,
de Rafael Pinedo, permiten una interesante aproximación. Gardini, como en
varias de sus novelas anteriores, ofrece un libro que se escribe a sí mismo.
Usando palabras conocidas, pero combinándolas de un modo no habitual, logra
crear una trama y un escenario de hechos, pasiones y actos alterados. Hay
vampiros y sirenas; un mar cuyas aguas se abren al paso de unos y ahogan a
otros; está Jonás, el de la ballena, hay referencias a Nínive, La
Tempestad , de
William Shakespeare y a “Dios Microcósmico”, el cuento de Theodore Sturgeon,
pero todas las imágenes se muestran en un espejo aberrante que distorsiona lo
real y nos mete de lleno en lo alternativo. Y en este caso, el mundo
alternativo es bien diferente al nuestro.
Plop, en cambio (y cito un comentario propio que apareció en la
contratapa de la edición argentina) “es una novela rara. Y no tanto porque
utilice elementos o esquemas experimentales, sino porque Rafael Pinedo
construyó esta historia de desesperada supervivencia con los mismos materiales
de desecho que pueden encontrarse en cualquier novela post apocalíptica, pero
rearmándolos con una energía, una precisión y una saña de las que no abundan”.
Si queríamos factores comunes que singularizaran la
producción argentina en lo que a la construcción de mundos alternativos se
refiere, aquí hay uno, muy definido: los mismos materiales, sobras, mitos,
rezagos, rémoras, circunstancias o ingredientes que pueden descubrirse en
cualquier novela del género, se reciclan, se rearman y, puestos en función de
la trama, aparecen sirviendo a otros propósitos. Corramos el riesgo y veamos si
los ejemplos se ajustan a la teoría.
En una antología que compilé: Mañanas en sombras (Desde la Gente , 2005), utilicé como eje temático la
distopía, cuentos pesimistas, futuros negros, bien negros. Es cierto es que los
cuentos no fueron escritos especialmente para antología, pero eso, a esta
altura de la cuestión, es irrelevante, ya que los participantes cumplieron con
los requisitos para hacer que el libro fuera rigurosamente temático. Horacio
Moreno, un agudo crítico, director en su momento de la revista Neuromante, desmenuzó el conjunto en Samizdat y extrajo su propio juego de
rasgos. “Carlos Gardini (...) trabaja materiales que todos los días pueden
atisbarse en los periódicos locales. (...) Fabio Ferreras, realiza una exacta
proyección de una Argentina futura en la que se han cumplido algunas de
nuestras peores pesadillas (...) los resquicios, las entrelíneas de lo que
vivimos o consumimos todos los días, son una materia prima de excelsa calidad
para imaginar posibles devenires. (...) Fernando de Giovanni (...) construye un
mundo del mañana que realmente asusta, que reciclando algunas ideas clásicas y
ya vistas ofrece un panorama aterrador de lo que bien podría ser un cuadro
preciso del mañana”.
He sacado de contexto algunas apreciaciones de Moreno
y pido disculpas al autor y a los lectores por ello. Me interesaba resaltar
las líneas que justifican la apreciación anterior acerca de que una ficción
especulativa hispanoamericana escrupulosa de sus recursos buceará antes en los
propios miedos que en miedos ajenos y usara sus propias ruinas, si hiciera
falta, para construir la nueva casa.
Puestos a transitar este camino, no resulta desatinado
explorar ejemplos recientes de la actividad de los escritores de la región,
esbozar los resultados y sacar algunas conclusiones.
Dejando de lado la polémica que genera determinar si
los mundos alternativos creados están o no en zona de ficción “científica” o
si, por el contrario, se necesita un paraguas más amplio para cobijar las
obras, el que brinda, por ejemplo, la narrativa conjetural, veremos que el
interés de los escritores por las formas que permiten revisar el pasado para
entender el presente y proyectar el futuro, aunque sea en sus expresiones mínimas,
nos conduce inexorablemente a la ucronía y la ficción histórica.
Pero la ficción histórica o la ucronía no agotan la
paleta de colores de la que disponen los autores a la hora de elegir enfoques y
trayectorias que les permitan internarse en mundos alternativos. Los mitos y
costumbres locales son una fuente de temas fascinante. Se pueden utilizar con
criterios especulativos o fantásticos, sin que importe demasiado. Fernando José
Cots, en “Obertura para dioses locos” exploró un tema afín a los mitos
lovecraftianos... pero localizados en las sierras de Córdoba, Argentina. En “Algo
en el lago”, el joven escritor argentino Andrés Diplotti utiliza una leyenda
del sur argentino con ciertas reminiscencias de las que sostienen la existencia
de un monstruo en un lago de Escocia.
¿Cómo incide este cuerpo de ficciones en lo que
llamamos fandom, la masa de lectores
aficionados a leer este tipo de literatura? Es tanto lo que se escribe, es
tanto lo que hay para leer que el fandom
está desbordado, saturado. La expansión de recursos supera ampliamente la
demanda de material de lectura. Es por ello que la industria editorial, que
había demostrado una vitalidad inusual si se la compara con años anteriores,
está midiendo sus pasos, lo que se refleja tanto en las tiradas como en la
cantidad de títulos que se edita.
La revolución es Internet... y el problema también. La
posibilidad de editar en formato electrónico acelera la exposición de los
escritores y proporciona salida a sus trabajos con una frecuencia antes
impensable. Entre 1970 y 1982, Nueva Dimensión me publicó cinco cuentos... y no
es una mala puntuación. Pero hoy la relación entre el fandom (aunque se trate de un fandom
virtual) y el escritor es más estrecha. Como aficionado yo no tuve en los
setentas la posibilidad de estar en contacto con Francisco Porrúa o Domingo
Santos. Hoy los editores participan en las listas de afinidad y en las redes
sociales o por lo menos las leen.
No obstante, cuando dije que la revolución es Internet
y el problema también, no me estaba refiriendo a un problema insoluble. El
libre juego interactivo entre las publicaciones en papel (fanzines en la década de 1980) y electrónicas y otra vez al papel
(en antologías, por ejemplo), al relacionar estrechamente a escritores y
lectores del área lingüística “Ñ”, hemos descubierto, una vez más, los beneficios
de la sinergia... Al poner en acción esos mecanismos, nuestras problemáticas,
aunque distintas, se revelaron afines, y fueron justamente las diferencias de
enfoque y estilo las que nos prepararon para conocer lo que hacen los otros,
advirtiendo que tenemos temores y enemigos comunes, a los que hasta ahora
habíamos enfrentado sin coordinación ni recursos conceptuales.
¿Por qué hablo de enemigos? ¿Profetizo una guerra?
Nada de eso. No se trata de un mensaje belicista derivado de un chauvinismo
trasnochado. Pero de un modo inorgánico, el matiz ideológico se ha filtrado en
el modo de afirmar lo propio, al plantarnos con nuestras propias voces en un
espacio que, se supone, por definición, hasta ahora no nos pertenece. Los
anglosajones no se hacen esa clase de preguntas; los franceses tampoco.
Escriben en su idioma y, como concesión especial, alguna vez, traducen una
novela de Angélica Gorodischer (concesión especial en la que tuvo algo que ver
la amistad que cultivó la escritora argentina con Ursula K. LeGuin) o publican
una antología como Cosmos Latinos a la que se le nota cierta
desactualización, aunque sea mejor eso que nada... No hay nada deshonroso ni
criticable en actuar de ese modo, solo que nosotros parecemos las víctimas de
nuestro propio puritanismo, al proceder como lo hacemos.
Por lo pronto, en los últimos tiempos se han detectado
signos de “reactivación” en Argentina. Un diario prestigioso, Página/12, lanzó una colección de libros
de escritores nacionales de género fantástico. Podrían discutirse varias cosas,
entre ellas la inclusión de dos o tres autores que se requiere un gran esfuerzo
para que sean considerados “de género”, aún en un sentido muy amplio; prólogos
deficientes y una antología final muy despareja. Pero hay que agradecer lo
hecho y no rabiar por los errores. Los libros de Gardini (dos novelas cortas) y
de Alejandro Alonso (una novela corta y varios cuentos) salvaron en cierto modo
la experiencia. Ya hablé al pasar de Mañanas
en sombras y no diré nada más
porque estoy involucrado. Una editorial local, Interzona, editó una versión
corregida de Plop, antes editada en
Cuba. Y hacia fines de 2012, Ediciones Desde la Gente publicó una antología
que compilé, llamada Tricentenario,
en la que, una vez más, fue posible presentar relatos especulativos de varios
escritores argentinos como Ricardo Castrilli, Néstor Darío Figueiras, Hernán
Domínguez Nimo, Rogelio Ramos Signes, Cristian Mitelman, Alejandro Bentivoglio,
Daniel Frini, entre otros. En Tricentenario
las conjeturas se centran en la evolución de los procesos de emancipación
iniciados hace dos siglos, proyectando otros cien años hacia el futuro las
líneas que somos capaces de visualizar en la actualidad.
Y no se detiene. La producción de muchos de estos
autores, moviéndose con independencia de las modas o de las corrientes
comerciales, están abriendo nuevos caminos, expandiendo temas y enfoques que
permiten la intersección de géneros: ucronías policiales, distopías en
realidades fracturadas, expansión de la humanidad por el universo en la que los
países de la región tienen un protagonismo que jamás se le había otorgado,
ingreso de lo onírico en contextos de fuerte contenido político, social,
antropológico… Las variantes son infinitas.
No obstante, me voy a permitir un retroceso de casi
treinta años para tomar nuevo impulso y abordar otros mundos alternativos que
no me gustaría que queden en el camino. Cuando el estudioso español Augusto
Uribe me involucró en su proyecto de Latinoamérica
Fantástica, la antología que publicó Ultramar en 1985, la Argentina vivía un
momento de gran efervescencia cultural, hija del retorno a la democracia tras
ocho años de “Proceso” militar. En nuestro campo, la literatura fantástica, esa
ebullición, como ya señalé, había sido motorizada por El Péndulo, la revista de Marcial Souto. Al mismo tiempo, en el
lapso que El Péndulo dejó de aparecer
por motivos estrictamente “comerciales”, Marcial Souto estuvo al frente de la
segunda época de la revista Minotauro,
una experiencia peculiar que, sin continuarla, recuperó algo de aquel sabor a “buena
ciencia ficción” que había tenido la publicación de Francisco Porrúa en los
años sesenta. En la creta de la ola, Minotauro
se animó a lanzar al mercado una colección de libros que le dio una oportunidad
a una serie de nuevos escritores como Gorodisher, Gardini, Shua, Eduardo Abel
Giménez y, aunque ahora parezca absurdo, a Mario Levrero, por entonces un casi
desconocido, hoy convertido en autor “de culto”. Tal vez debimos haber
imaginado que esas publicaciones eran apenas el producto de la euforia del
momento y que, en la medida en que no se consolidara un encuadre teórico
estaríamos condenados a repetir la afirmación del estudioso Pablo Capanna, en
el sentido de que los argentinos hacemos ficción especulativa a partir de lo
que producen los anglosajones y por consiguiente nuestras posibilidades de
consolidar un “mercado” reconocible, llevara la etiqueta que fuera, era poco
menos que una utopía. Por lo pronto, y en la mayoría de los casos, los mundos
alternativos siguieron en la mira de algunos autores (Gardini, Giménez, yo
mismo), pero en la mayoría de los casos los escritores que habían desarrollado
sus carreras en la corriente principal y nada tenían que ver con una literatura
de género siguieron su camino por afuera de la narrativa conjetural y solo la
rozaron ocasionalmente. Al mismo tiempo, y sin haber sido nunca “contaminados”
conscientemente por lo especulativo, Pablo de Santis, Federico Andahazi, Carlos
Chernov y Marcelo Cohen, por citar los primeros que llegan a mi mente, construyeron
mundos alternativos sin pagar el precio que requiere haber pasado por la fase “de
género”. Lo cierto es que la imposibilidad de visualizar y consolidar un
mercado disuadía a la mayoría y como la alternativa hubiera sido apegarse a los
tópicos y las formas de la ciencia ficción anglosajona se entiende el escaso
interés de los autores por comprometerse en construcciones de largo aliento o
sentar las bases de una voz propia.
En ese sentido son paradigmáticas las obras de dos
escritores argentinos. Eduardo Goligorsky utilizó la ciencia ficción como
recurso para indagar los aspectos sociales y políticos de la realidad desde una
perspectiva fantástica, y Alberto Vanasco, otro escritor fuertemente
influenciado por las posibilidades de la ficción especulativa a la hora de
analizar los intersticios de la realidad con ojos ficcionales.
Sin embargo, no todos veían esa exploración como el
método idóneo para recomponer una idiosincrasia quebrada. Emilio Serra, en un
artículo aparecido en el boletín Gigamesh
Nº 4, Marzo/Abril de 1986, argumentaba que, si bien “no estoy en absoluto en
contra de reivindicar los rasgos autóctonos en los que uno crea reconocerse
(...) me parece absurdo y triste llegar a extremos de chauvinismo acérrimo, de
nacionalismo cerril y de cerrazón a cualquier detalle innovador que pueda
llegar a venir de afuera”.
No niego que en una primera fase de recuperación de lo
propio se hayan cometido excesos “chauvinistas”. Pero eso jamás fue una norma y
mucho menos un rasgo autoimpuesto. Tampoco debe leerse como que los escritores
argentinos abrazamos la ficción política y una ciencia ficción de sesgo “nacional”,
abandonando cualquier forma que nos vinculara a lo “foráneo”. Pero es posible
detectar una serie de indicios que pautaban la búsqueda de una identidad. Tal
vez tuvo bastante que ver que por aquellos años emergíamos de una noche muy
oscura y necesitábamos exorcizar algunos demonios. La piedra de toque fue el
cuento de Carlos Gardini “Primera línea”, premiado en un concurso muy
importante que contó a Jorge Luis Borges entre los jurados, y otros cuentos del
mismo autor que aparecieron en sus dos primeros libros de relatos. A su vez, la
predisposición de El Péndulo para
asimilar ficciones nativas, el marco teórico que ofrecían las reflexiones del
profesor Pablo Capanna, que de alguna manera ya he mencionado, y las pulsiones
derivadas de que habíamos sido capaces de crear una serie de medios de
expresión propios, los fanzines, nos habían permitido soltar amarras y casi sin
determinar el rumbo nos habían lanzado a la conquista de territorios
inexplorados. Mis propias experiencias en ese sentido, sobre las que el pudor
me inhibe de extenderme, el fanzine
Sinergia (doce números entre 1983 y 1987) y la revista profesional Pársec (seis números entre 1985 y 1986)
son la demostración cabal de lo que, desde mi humilde posición, intentaba
hacer.
En el mismo momento de formularla se nota que es una
pregunta retórica y la respuesta solo puede ser: “de todo un poco”. Cambiemos
el ángulo, entonces. ¿Qué nos proponemos, qué nos motiva, que nos impulsa?
Regresando sin dificultad al comienzo, podemos decir que estamos saliendo de
una larga noche que contenía otras largas noches con períodos de claridad.
Nunca en el pasado, más allá de arrestos individuales y tozudeces irreductibles,
estuvieron dadas las condiciones para que los escritores proyectaran una obra
en el tiempo, pudieran organizar sus etapas y construir los planos de una
carrera. Si tales condiciones se dan, los escritores exploran y al cabo de
cierto tiempo abandonan los modelos de importación y se animan a plantar sus
propias marcas, condición básica para que aparezca el “estilo”. Es bastante
natural que Borges, Bioy Casares y Cortázar, aunque no sean escritores “típicos”
de ficción especulativa, impregnen la prosa de los autores locales y sus temas
y formas terminen abrazando un cómodo sincretismo. No deben desdeñarse, no
obstante, otros evidentes imperativos: el lenguaje coloquial de Gorodischer y
Gandolfo, la construcción de universos con reglas y personajes a la medida de
cada ficción, como en Gardini y más recientemente en Alejandro Alonso, la
preocupación por desentrañar las claves de la decadencia, la inoperancia y la
anomia política del país, como en casi todos, ya sea en clave metafórica,
figurada o sin claves. Por cierto que parece más sencillo apuntar a la
desintegración, como visualiza Pinedo en Plop
o Chernov en Anatomía humana. Gracias
a ese pesimismo “natural” de los mundos alternativos de los argentinos pude
compilar Mañanas en sombras, pero es
incuestionable que las pesadillas apocalípticas dejan exhausto al lector, por
lo que no está nada mal darle un espacio a lo lúdico (las ucronías no son otra
cosa que juegos intelectuales, partidas de ajedrez reconstruidas en la
historia) y a lo leve.
En 2008 reuní los cuentos para una antología
denominada Los universos vislumbrados 2.
Se trataba de una suerte de secuela de la que la misma editorial publicara en
1978, por lo que resulta válido trazar una suerte de ruta que nos permita
viajar a través de los treinta años transcurridos entre una y otra. En la
primera aparecen algunos de los nombres más representativos de la construcción
de mundos alternativos pertenecientes a la etapa que yo llamaría “involuntaria”.
Es decir, si Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, Santiago Davobe, Ernesto
Sábato y Adolfo Bioy Casares incursionaron en la ficción especulativa no lo
hicieron para cumplir con un afán “de género”. Más deliberada fue la operatoria
de Angélica Gorodischer, Juan Jacobo Bajarlía, AlbertoVanasco, Magdalena Mouján
Otaño, Alfredo Julio Grassi, Guillermo Boido, Alicia Suárez y Elvio Gandolfo,
por ejemplo, quienes exploraron espacios inciertos, realidades desfasadas y
rotas, campos oníricos y puramente ficcionales, los productos de la imaginación
y la inventiva que pueden vincularse estrechamente a la variante “ampliada” de
la ciencia ficción, una narrativa hecha de conjeturas y especulaciones. En
2008, los autores fueron otros, claro; fue posible y necesario ofrecerle un
lugar a las caras nuevas. Pero a pesar de que la diversidad temática sigue
siendo el signo distintivo, es posible observar ciertas constantes. Como señala
Angela B. Dellepiane en su trabajo “Narrativa argentina de ciencia ficción:
Tentativas liminares y desarrollo posterior” (1989), los modelos en torno a los
que se configuran las ficciones del período (incluye varias antologías
argentinas de las décadas de 1960 y 1970) son extrapolaciones de algunos rasgos
de nuestra sociedad que conducen a un mundo barbarizado, producto de alguna
forma de colapso, o sin necesidad de llegar a ese punto, distopías. En el
trabajo de Dellepiane se consideran varios otros ejes temáticos, que coinciden,
tonalizados con cierto “color local”, con los que pautan la producción de la
narrativa conjetural de los anglosajones.
Las posibilidades abiertas a partir de las propias
pulsiones ofrecen un campo más fértil que cualquier sesgo imitativo, amparado
en la creencia de que “así será más fácil publicar”. Pero los editores publican
lo que hay. Bien, entonces es hora de decir de una buena vez qué hay...
No hay conclusiones. Sacar conclusiones es cerrar el
asunto, y cualquier opinión sobre el futuro de los autores y obras que se
internan en los mundos alternativos sería provisoria. Por otra parte, ya que aborrezco
la condición predictiva que algunos le asignan a la ciencia ficción mucho menos
voy a usar ese incomprobable don para adivinar la dirección de una actividad
multifacética. La ficción especulativa, como buena hija de la narrativa
conjetural, es un animal que evoluciona sin parar, que se propone crecer y crecer
hasta alcanzar dimensiones dignas de un ser llegado del espacio profundo. No
descarten la posibilidad de que arroje algún zarpazo en el futuro próximo, de
que producto de esa acción se rasgue el tejido de la realidad y que a través de
la fisura empiecen a fluir, incontenibles, hordas y manadas de mundos
alternativos.
En lo inmediato, he tenido la posibilidad de lanzar
una serie de antologías binacionales, por lo que el presente es casi futuro. Ya
se publicaron Espacio austral, con
Chile, y Extremos, con México.
Esperan su turno antologías similares realizadas con Perú, Brasil, Bolivia,
Ecuador, Cuba, España, Portugal, Francia, Italia, Grecia, Rusia, Israel. Algunos
son los autores conocidos, otros constituyen el recambio imprescindible de un
género que no se cansa de evolucionar.
Sergio Gaut vel Hartman
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