miércoles, 19 de septiembre de 2018

CINCO METAFICCIONES



DEUDA

Catáfito, el Judío Errante para algunos, Ahasverus, el sirio, para otros, llevaba dos mil años pagando una deuda, incrementada por intereses que ya superaban el capital original. Decía la leyenda —y él no tenía cómo refutarla— que su complacencia ante el sufrimiento ajeno, schadenfreunde, según Schopenhauer, había enfurecido a Cristo: “El Hijo del Hombre se va, pero tú esperarás su regreso”. Y él no había dejado de esperar. Cada siglo sufría enfermedades, dolor, angustia de muerte, pero no moría; sanaba y rejuvenecía hasta tener de nuevo treinta y tres años. Veinte veces había “casi” muerto, y siempre había superado la agonía para reiniciar el ciclo. Pero esta vez sería diferente: había aprendido un truco... Moriría durante unos minutos, serían suficientes.
—¿Cuándo regresará el Hijo del Hombre? —balbuceó una vez que alcanzó el Lugar. La respuesta lo golpeó como un mazazo en el cráneo.
—El Hijo del Hombre no trabaja más aquí. No está programada la Segunda Venida, por lo menos durante los próximos dos mil años.




ALGUNAS COSAS QUE DECIR

—¿Quién se anima —susurró Bobby Fischer— a decirle al rey blanco que todo su reino es un patio de sesenta y cuatro baldosas, treinta y dos de las cuales son blancas y otras treinta y dos son negras, que comparte el espacio con un rey negro y otros treinta vagos, que su poder se limita a lo que dicta el capricho del jugador, yo, por ejemplo, y que lo más probable es que pase Navidad y Año Nuevo metido en una caja?
—¡Yo me animo y se lo digo! —exclamó a voz en cuello el rinoceronte de Ionesco.
—¿También se anima a decirle que se terminó la cerveza?




UN CASAMIENTO DE PORQUERÍA

—Se les acabó el vino —dijo Miryam, consternada.
—¿Y a nosotros qué nos importa? —respondió Yeshua, de mal modo—. Somos invitados, no los organizadores.
—Hagan lo que él diga —le dijo la mujer a los sirvientes, terca. Sabía cómo manejar a su hijo. Había seis tinajas de cien litros cada una. Yeshua suspiró resignado; no podía contradecir a su madre delante de toda esa gente.
—Llenen las tinajas de agua, hasta arriba —dijo.
—Bien hecho, hijo —dijo Miryam. Pero antes de realizar la transformación, Jesús contempló largamente a su progenitora.
—Madre, ¿no te parece mejor que convierta el agua en Coca Cola? Todos estos vagos, sin educación ni control... encima borrachos… no sé…




OTRO APOCALIPSIS

Se encuentran Adolf Hitler y Jorge Luis Borges en el Tiegarten de Berlín. El nazi, que no tiene mucha idea de quién es el escritor, empieza a hablar pestes de los judíos.
—Un momento —lo ataja Borges— usted debería tener en cuenta que el mundo es una creación de los judíos.
—¿Qué le dije? —se exalta Hitler—. ¡La sinarquía internacional! ¡La banca Rotschild! ¡Corrupción hebrea en todas partes! ¡Hay que matarlos a todos!
—Me parece que no entiende —insiste Borges mirando al führer a los ojos, ya que en este cuento el escritor ve perfectamente—: crearon el mundo; lea el Génesis, interiorícese en la Cabalah…
—¡Soy ateo! —vocifera Hitler.
—Yo también —replica Borges—. Pero nuestro ateísmo no puede evitar el enojo de Yahvé; ahora vea lo que sucede por su culpa.
En efecto: las estrellas del firmamento, que hasta entonces habían brillado con inusual intensidad, empiezan a apagarse.




HAY QUE SABER LEER

Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.
—¡Oh, qué horror, que asco! —exclamó una joven sentada en la primera fila—. ¡Una cucaracha! Y se trepó al asiento.
Gregor se incorporó penosamente, y tras identificar a la que había hablado, replicó.
—Señora: Kafka escribió “insecto”, no “cucaracha”. Tenga un poco de respeto por el autor y por mí mismo. En este punto del relato, antes de que cualquier descripción lo desmienta, yo podría ser un lepidóptero, un escarabeido o un himenóptero, no necesariamente un blattodeo, ¿entiende?
—Disculpe —se defendió la chica—. Es que las cucarachas me dan mucho asco.
—¡Y dale! —Gregor se dirigió a alguien situado en la página 24 y agregó—. Ya sé que no está en el texto de Kafka, Miroslav, pero ¿puede hacerme el favor de retirar a esta desubicada de la sala?

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