ESCARABAJO DE INCÓGNITO
Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman
Gregor Samsa era un escarabajo que trabajaba de
cucaracha en una fábrica de insecticidas especiales. El químico general de
contiendas blaterísticas, un tal Franz Kafka, si nos atenemos a su declaración
testimonial y no lo consideramos un apodo, usaba a Samsa y su team de falsas
cucarachas suicidas para probar todo tipo de productos químicos que aniquilasen
a los temibles insectos (los auténticos), con resultados la mayoría de las
veces fallidos. Y aquí debo aclarar que tenían éxito en menos del diez por
ciento de los casos, de modo que se descartaban las moléculas y se las
reemplazaban por otras, o por isómeros de nombres crepusculares y malditos.
El día más feliz de la vida de
Kafka pareció llegar cuando logró la aniquilación completa de Samsa y sus
valientes, quienes fenecieron a manos de una hípermolécula encerrada en
nanoestructuras de carbono berilio, pero cuando fue puesto a la venta, el
insecticida comenzó mal su temporada de cucarachicida, ya que mataba a todo
bicho que andaba por el suelo, bebés incluidos, y dejaba a los blátidos
indemnes.
La autopsia realizada sobre el
cadáver de Samsa reveló lo que usted lector (y nosotros, los autores) sabemos
(y ya hemos dicho al principio, ¿hay necesidad de ser reiterativos?): que
Gregor era un escarabajo, a raíz de lo cual Kafka debió huir a Praga, Bohemia,
se dedicó a escribir y estudió entomología internacional comparada. De estas
tres cosas floreció, si debemos aceptar la opinión de los psicoanalistas que lo
trataron, su pulsión contra los seres de más de cuatro patas.
Por si esto fuera poco, Samsa,
resurrecto, lo acosaba vestido de fantasma, día y noche. La vez que se le
apareció como un elemento de electrónica integrada de memoria en un cráneo de
cuervo boreal, Kafka tuvo la visión de que se transformaba en cucaracha y de
ahí surgió una de las narraciones más extrañas de que se tuvieran noticias.
Se dice que el escritor,
exquímico general de contiendas blaterísticas, terminó sus días abrazado a
Samsa en algún lugar de la muralla china hasta la que viajó para eludir un
operativo conjunto de la Mosad, la KGB, la CIA, INTERPOL, el FBI y la Policía
de la Provincia de Buenos Aires, quienes lo andaban buscando por evasión de
impuestos a las ganancias derivadas de las regalías percibido por el cuento
sobre la máquina de torturas que la Cúpula de Magnates Poderosos reclamaba como
de su exclusiva invención.
Dicen que el genial escritor
está enterrado en una tumba convencional de operarios de la muralla china del
siglo XII de la era cristiana, pero es improbable, porque, como todos saben,
Kafka era judío.
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