Claudia Isabel
Lonfat & Sergio Gaut vel Hartman
¾Esto es menos que nada. ¾El que hablaba, un hombre
frágil de ojos claros y nariz prominente, apoyó los puños sobre la mesa y
abarcó con la mirada a sus subordinados. Hacía varios días que el búnker olía a
humo, sudor y flatulencias. Demasiados cigarrillos y café; el aire libre y el
sol habían pasado a ser una loca ficción sin sentido; el cansancio amenazaba
con demolerlos por completo.
¾Tenemos algunas
conjeturas ¾opinó Ramírez
tímidamente.
¾¿Qué dice? ¾O’Flannagan pareció
balancearse sobre los puños como un muñeco sin piernas. Nunca entendió que
hacía ese negro en el Comando de Fuerzas Tácticas
Especiales.
—Podemos conjeturar —siguió Ramírez sin inmutarse— que
el tipo se esconde en una choza a la vera del río. —No le temía al irlandés;
sabía que tarde o temprano iba a desmoronarse. Se movía por la plata, y la
plata se estaba terminando. No volverían a pagar si no había resultados.
—¡No me interesan sus conjeturas, negro de mierda! Acá
necesitamos certezas, y si ellos dominan la situación debe ser porque carecemos
de esas certezas, ¿me entiende?
¡Y el tipo es un rojo!
Ramírez sonrió, buscando la complicidad de sus
compañeros, pero tanto Pfizer, como Vorishov y Tanaka eludieron su mirada.
¡Cobardes!, gritaron sus ojos oscuros con todo el odio que sentía atravesado en
su garganta, pero al mismo tiempo, ese mismo odio lo impulsaba a calmarse. Sabía
que estaba solo frente a esa bestia iracunda, y que todos temían los exabruptos
de O’Flannagan, sobre todo cuando se sentía acorralado.
Se aclaró la garganta y en un acto reflejo, tocó el pequeño jopo que se había dejado; el resto del cabello había sido rapado. El irlandés lo siguió con su típica mirada de desprecio.
—Mire, el tipo está escondido en la vera del río, porque es el único lugar seguro para él. Está entrenado para sobrevivir en el agua, a bajas temperaturas, y desde allí puede escapar nadando hacia el norte. —Esta vez se lo dijo con firmeza, fijando la vista en el jefe.
—Ya no es una conjetura… ¿no es así, Ramírez? —dijo O´Flannagan, pero esta vez no golpeó la mesa con el puño, ahora tenía los brazos cruzados sobre el pecho.
Ramírez vio que un ojo de O´Flannagan estaba inyectado de sangre y le latía o tenía un tic. Su frente transpiraba en exceso y le goteaba de cada lado de la cara, incluso le caía sobre los ojos. Con suerte se moriría de un ataque al corazón, o sufriría un ACV, pensó, antes de que alguna bomba los hiciera estallar, en el mejor de los casos, o que él mismo le saltara a la yugular para degollarlo con su Bowie. No estaría bien utilizar el arma de fuego reglamentaria.
Vorishov, Tanaka y Pfizer, seguían en silencio. Tanaka tenía las mejillas rojas, y Ramírez, tuvo que contener las ganas de reírse a carcajadas. Tanaka parecía un boy scout. Por un lado entendía la furia de O´Flannagan, pero por otro lado, no quería convertirse en su punching ball, solo por el temita racial del irlandés. Pensó en sus años de entrenamiento, en cada guerra, cada herida, cada marca de tortura, y como pudo surfear cada peligro. Su hoja de servicio impecable fue lo que lo llevó hasta ese lugar, y ahora todo le parecía grotesco. Ya no soportaba al viejo mercenario iracundo y de nuevo debió hacer un esfuerzo sobrehumano para no rajarle la yugular. Pero, inesperadamente, fue Vorishov quien dio un golpe de timón para modificar drásticamente el escenario.
Se aclaró la garganta y en un acto reflejo, tocó el pequeño jopo que se había dejado; el resto del cabello había sido rapado. El irlandés lo siguió con su típica mirada de desprecio.
—Mire, el tipo está escondido en la vera del río, porque es el único lugar seguro para él. Está entrenado para sobrevivir en el agua, a bajas temperaturas, y desde allí puede escapar nadando hacia el norte. —Esta vez se lo dijo con firmeza, fijando la vista en el jefe.
—Ya no es una conjetura… ¿no es así, Ramírez? —dijo O´Flannagan, pero esta vez no golpeó la mesa con el puño, ahora tenía los brazos cruzados sobre el pecho.
Ramírez vio que un ojo de O´Flannagan estaba inyectado de sangre y le latía o tenía un tic. Su frente transpiraba en exceso y le goteaba de cada lado de la cara, incluso le caía sobre los ojos. Con suerte se moriría de un ataque al corazón, o sufriría un ACV, pensó, antes de que alguna bomba los hiciera estallar, en el mejor de los casos, o que él mismo le saltara a la yugular para degollarlo con su Bowie. No estaría bien utilizar el arma de fuego reglamentaria.
Vorishov, Tanaka y Pfizer, seguían en silencio. Tanaka tenía las mejillas rojas, y Ramírez, tuvo que contener las ganas de reírse a carcajadas. Tanaka parecía un boy scout. Por un lado entendía la furia de O´Flannagan, pero por otro lado, no quería convertirse en su punching ball, solo por el temita racial del irlandés. Pensó en sus años de entrenamiento, en cada guerra, cada herida, cada marca de tortura, y como pudo surfear cada peligro. Su hoja de servicio impecable fue lo que lo llevó hasta ese lugar, y ahora todo le parecía grotesco. Ya no soportaba al viejo mercenario iracundo y de nuevo debió hacer un esfuerzo sobrehumano para no rajarle la yugular. Pero, inesperadamente, fue Vorishov quien dio un golpe de timón para modificar drásticamente el escenario.
—No sé por qué hablamos del rojo como si fuera un
tipo, un ser humano. ¡Conjeturas! No me hagan reír. Ese… ser, esa criatura, o
como mierda lo quieran llamar, no se esconde en la choza a la vera del río.
¡Nos está perdonando la vida! Si pasara a la ofensiva nos haría picadillo en
menos tiempo del que se tarda en largar una puteada. ¿Conjeturas? ¿Quieren una
conjetura mejor?
—Tranquilo —dijo O´Flannagan extendiendo el brazo,
pero Vorishov se lo sacó de encima con un manotazo.
—¡Tranquilo un carajo! Mientras nosotros charloteamos
como viejas, el rojo podría estar del otro lado de esa puerta, riéndose a
carcajadas de nuestras pelotudeces, o lo que sea que hagan esos monstruos
cuando salen de joda. Porque no les quepa la menor duda: el rojo está jugando
con nosotros.
Ramírez apretó la empuñadura del Bowie como si las palabras del ruso debieran ser interpretadas
literalmente. Mucho menos templados en el combate cuerpo a cuerpo, Tanaka y
Pfizer palidecieron y O´Flannagan dio un puñetazo sobre la mesa. Eso fue lo
último que ocurrió en la vida de todos los miembros del Comando de Fuerzas
Tácticas Especiales. El rojo irrumpió en el búnker y los pulverizó usando un
rayo disruptor neuronal o algo por el estilo. De lo que no estoy del todo
seguro es si se reía o no.
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