martes, 11 de septiembre de 2018

TINTA VERDE




Ayer, a las nueve treinta, al abrir la puerta de su consultorio, el terapeuta bioconductista Tirso Blavatsky, cincuenta y nueve años de edad, y treinta y dos en el ejercicio de la profesión, encontró, clavada en el revistero de la sala de espera, la nota que transcribo a continuación. Estaba escrita con tinta verde y pésima caligrafía.

“Nosotras, las plantas de su consultorio, exigimos ser retiradas de este nido de padecimientos y desdichas. Usted sabe que en el último año trece compañeras, entre fitonias, bromelias, potus y helechos, han muerto por culpa de las emanaciones negativas de sus pacientes. Queremos poner fin a las infecciosas fulerías de esos depresivos, psicópatas y obsesivos que afectan nuestra existencia de un modo insoportable. Sin embargo, como no se nos escapa que atender a estos enajenados es su medio de vida y única fuente de ingresos, no le pedimos que deje la psicología y se vaya a despiojar albatros a Samoa; nos limitamos a hacerle una sencilla sugerencia: regálenos a la señorita Rosa Miraflores o al señor Narciso Robles, neuróticos agradables y simpáticos que nos sabrán cuidar y nos amarán tiernamente”.

Seguía una firma ilegible.

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